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Por Daniel Kersffeld

Ese enigma llamado Corea del Norte

30 de abril de 2017 - 00:00

La posibilidad de un conflicto armado entre los  Estados Unidos y Corea del Norte es una posibilidad cada vez más concreta. En las últimas semanas hemos pasado de las clásicas bravuconadas de los gobernantes respecto a su capacidad de infligir daño al oponente, al desplazamiento concreto de portaviones y submarinos estadounidenses al Mar de Japón, y de soldados y artillería rusos y chinos a la frontera norcoreana.

Sin embargo, es poco lo que conocemos sobre Corea del Norte más allá de la clásica publicidad emanada de los grandes medios, que obviamente también están interesados en un eventual conflicto con este país, y que se valen de cualquier argucia para sembrar la alarma y hasta el pánico en la población estadounidense. Como ocurrió en 2002 con la falsa campaña contra las “armas de destrucción masivas” como argumento para la invasión a Irak, hoy se estaría pergeñando un argumento de similares características para proceder al ataque a Corea del Norte.

Como en otras ocasiones, no sería extraño que en base a una “posverdad” se reconstruya el argumento central de la “inevitable” guerra por la “democracia” y la “libertad” frente a la “dictadura” y el “totalitarismo”.

Corea del Norte es la arista más compleja del hexágono geopolítico del Pacífico Norte, una región en la que la Guerra Fría parecía no haber acabado y en donde esta se combina con todo tipo de pujas a nivel territorial y de mercado. Aunque su política es autónoma y soberana, opera como un ariete de sus dos principales socios políticos y económicos (prácticamente los únicos que tiene): Rusia y China, frente a países con los que tiene diferencias de todo tipo: Estados Unidos (EE.UU.), Japón y Corea del Sur.

La historia de Corea del Norte, aún antes de su nacimiento formal en 1948, estuvo marcada por la violencia y por la guerra (...) Su diplomacia activa permitió el lucimiento del régimen de Pionyang en foros internacionales como el Movimiento de Países No Alineados.

Pero todo cambiaría con la desaparición de la Unión Soviética en 1991. Si bien Corea del Norte resistiría con éxito al colapso del socialismo, su economía fue severamente golpeada al perder a uno de sus principales socios comerciales. Por otra parte, el giro pro mercado operado por China en los años 90 dejaron al régimen de Pionyang como uno de los pocos regímenes socialistas “ortodoxos”. La muerte del presidente vitalicio Kim Il-sung en 1994 ahondaría la crisis, por lo que una vez en el gobierno, su hijo, Kim Jong-il, tuvo como principal desafío la modernización de la economía norcoreana. 

El mandato de Kim Jong-il, segundo en esta nueva dinastía familiar de gobernantes, estuvo determinado por algunos tibios intentos de liberalización de la economía, a tono con los cambios en China en esos mismos años, y por una mayor apertura al diálogo con Corea del Sur e, incluso, con EE.UU. Sin embargo, el rechazo a abandonar el programa nuclear terminaría por resquebrajar los frágiles vínculos tejidos con Occidente: la inclusión de Corea del Norte en la lista de aquellos países integrantes del ‘Eje del Mal’ por la administración de George W. Bush en 2002, incentivaría más el aislamiento internacional del régimen de Pionyang. 

Más allá de las obvias consecuencias que un enfrentamiento entre EE.UU. y Corea del Norte podría acarrear a la geopolítica global, no deja de llamar la atención la postura probélica del régimen de Kim Jong-un, interesado en evidenciar todo su potencial armamentístico, como lo hizo el pasado 15 de abril. Corea del Norte confía en su propia capacidad militar (aunque se crea que una de sus estrellas, los misiles intercontinentales de última generación, sean por el momento más una apariencia que una realidad). Su inferioridad es notoria, en cambio, en lo que respecta a ojivas nucleares, ya que este país contaría con alrededor de 20 (si es que realmente posee armas nucleares, ya que hasta el momento no hay constancias oficiales) frente a las 6 mil de EE.UU.

EE.UU. aprovecha la existencia de un régimen aislado de la comunidad internacional y con severos cuestionamientos a los valores democráticos y especialmente a los derechos humanos, para hacer prevalecer su poder en el Pacífico Norte, con el riesgo de un enfrentamiento directo no solo con Corea del Norte, sino también con China y eventualmente con Rusia. La rápida baja en la popularidad de Donald Trump opera, en este sentido, como un elemento por demás activo en esta confrontación. Por su parte, Corea del Norte, y especialmente su presidente, Kim Jong-un, tiene una nueva oportunidad para mostrar su creciente arsenal bélico al mundo al mismo tiempo que puede revalidar ante su pueblo sus condiciones de joven, pero también de experimentado líder, en tiempos de paz y en períodos de guerra.

Como afirman Kim Jong-un y Donald Trump, la posibilidad de una guerra (no necesariamente atómica) es una realidad cada vez más palpable, y ambos países tienen sus motivos políticos para ir en un camino de no retorno hacia la destrucción total de su oponente. De este modo, el conflicto entre Corea del Norte y los EE.UU. nos estaría planteando un juego de actores inconciliables a partir de una tensión creciente, donde los dos gobiernos parecerían estar ganando, aun bajo el riesgo de que todo el resto del mundo pudiera terminar perdiendo. (O)

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