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Jacobo García*

*Columnista invitado

¿En manos de los indecisos?

16 de febrero de 2017 - 00:00

Uno de los temas que más ha llamado la atención en esta apagada campaña electoral ha sido, sin duda, el de los altos porcentajes de indecisión del voto con que supuestamente llegaremos a la disputada contienda electoral del próximo domingo, así como las consecuencias que esto podría acarrear en los definitivos resultados electorales. Si queremos precisar el efecto que los indecisos pueden tener en estas elecciones, no basta solo con cuantificarlos. Debemos también caracterizarlos y comprenderlos con mayor profundidad.

Algunos análisis que hemos realizado desde el Instituto de Pensamiento Político, en esta dirección, nos llevan a la conclusión general de que los indecisos muestran, mayoritariamente, incertidumbre y pesimismo sobre la situación general y económica del país. Un desánimo que, entre otras razones, empuja a este segmento poco anclado a identidades ideológicas o partidarias, a dudar o alejarse de una firme convicción por un determinado candidato.

En cuanto a sus características sociodemográficas, los indecisos abundan más en los estratos bajos y populares en general; concretamente, en jóvenes, mujeres y habitantes rurales dentro de estos grupos socioeconómicos. En definitiva, son los ciudadanos más alejados del clima electoral y la esfera política en general, probablemente más preocupados por sus difíciles condiciones de vida que de las tradicionales ofertas políticas que escuchan cada cuatro años.

Sin embargo, hay que precisar que los indecisos no tienen una composición monolítica. Si queremos comprender mejor sus diversidades en el comportamiento electoral, creemos que es necesario segmentarlos en dos subconglomerados diferenciados: los indecisos apáticos serían aquellos electores que aún no han decidido su voto, y que en la papeleta electoral deciden marcar las opciones de voto nulo y/o blanco. Además, rechazan mayoritariamente la imagen de todos los candidatos, y están muy poco dispuestos a votar por uno de ellos el día de las elecciones. Más que indecisos, estaríamos hablando de ciudadanos desafectos con el sistema político en general.

Por otro lado, los indecisos participativos serían los votantes que, a pesar de sus dudas, sí se decantan por un determinado candidato en la simulación electoral, y en general dan muestras de mayor conexión con la realidad política que el grupo anterior. La experiencia histórica nos dice que, a pesar de su indecisión, buena parte de ellos repetirá el posicionamiento electoral que marca en la papeleta los días previos a las elecciones. En definitiva, la posibilidad de fracaso en el pronóstico electoral, por parte de las encuestas, no pasa solamente por las altas cifras de indecisión, sino también por la complejidad del comportamiento de los mismos ciudadanos.

Como dice uno de los encuestadores más reconocidos en Ecuador, Santiago Pérez, una cosa es que los electores digan que no han decidido su voto, y otra cosa muy diferente es que no tengan claro lo que quieren. La ventaja con la que cuenta el oficialismo es que los indecisos participativos se reparten de manera más o menos proporcional entre las diferentes opciones electorales, minimizando el riesgo de un vuelco electoral importante. Al día de hoy, sin embargo, resulta imposible afirmar si las próximas elecciones quedarán resueltas en una sola vuelta.

Mucha gente me pregunta si las encuestas volverán a fallar en esta ocasión. Lo que les respondo es que quienes no debemos fallar somos nosotros en la interpretación. Las encuestas no son el oráculo que anticipará con exactitud lo que va a suceder. El resultado de las próximas elecciones depende única y exclusivamente de los ciudadanos ecuatorianos, los protagonistas auténticos de la fiesta democrática del próximo domingo. (O)

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