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El Telégrafo
Maximiliano Pedranzini. Ensayista argentino

Eloy Alfaro y la Revolución Ciudadana

01 de febrero de 2017 - 00:00

El 28 de enero pasado se cumplió un nuevo aniversario de la muerte del gran estadista ecuatoriano José Eloy Alfaro Delgado, fallecido en 1912, quien fue presidente de la República en dos ocasiones (1897-1901 y 1906-1911) y que llevó al país al umbral de la modernización a finales del siglo XIX a la que se bautizó con el nombre de Revolución Liberal, siendo uno de los procesos políticos más importantes en la historia ecuatoriana.

La Revolución Liberal, surgida un 5 de junio de 1895 del pronunciamiento de Guayaquil, es el antecedente histórico a esta Revolución Ciudadana que inició el actual presidente Rafael Correa desde su asunción el 15 de enero de 2007 y cuyo mandato finaliza luego de una década de importantes reformas políticas y sociales que cambiaron significativamente los destinos del país.

En más de un centenario del proceso iniciado por Eloy Alfaro que puso el basamento institucional y político al Estado nacional ecuatoriano, la llamada Revolución Ciudadana obtiene su espíritu de esa decimonónica revolución que abría con augusta fuerza el siglo XX. Un espíritu forjado con el fuego del progreso y que ha sido la principal fuente de inspiración en el derrotero ecuatoriano en este nuevo siglo. La ciudadanía, como concepto político y jurídico, representa la matriz del liberalismo y de la democracia moderna en Occidente y esto ha quedado calcado en la experiencia americana de finales del siglo XIX y principios del XX; y la Revolución Liberal encabezada por Alfaro es muestra de ello, y que encuentra en Correa y los principales líderes políticos de Alianza PAIS -como el actual candidato a la presidencia Lenín Moreno- sus más nobles continuadores.

Una revolución, como la palabra lo indica, es una empresa ambiciosa en el tiempo y más si se hace bajo el sol de la democracia. Como Alfaro, Correa ha puesto a lo largo de sus tres mandatos al progreso como motor social y económico de la nación y al ciudadano como principal agente de cambio; su sujeto político como antonomasia y vector en la construcción de poder, que no es otro que el que emana del pueblo: factor emergente y decisivo en todo proceso real de cambio. Correa miró hacia abajo para dar comienzo a la construcción de esta empresa y que, en contraste de sus predecesores, alcanzó reivindicaciones que jamás hubieran sido posibles de seguir posando la vista hacia arriba, donde habita el establishment y las élites hacedoras de despojo e injusticia. Aquí radica la principal y más vital de las diferencias.

Si la Revolución Liberal de Alfaro encarna el tercer ciclo de revoluciones en la historia de Ecuador, sin duda la Revolución Ciudadana representa el cuarto. Un ciclo que continúa en el tramo final de este segundo decenio del siglo XXI y que la democracia, con la voluntad popular como protagonista unívoca, decidirá sobre su permanencia en los tiempos que vendrán. Es lo que en definitiva otorga verdadera legitimidad a un proceso sin caer en el arbitrio de unos pocos, como ha sido en anteriores épocas de nuestra historia.

Ahora bien, si la Revolución Liberal formó parte del proceso de organización del Estado moderno en América Latina, trazando el camino del progreso y el desarrollo de una incipiente burguesía nacional, la Revolución Ciudadana forma parte de un proceso histórico mucho mayor, cuyos horizontes son los de la integración regional y el ascenso social de los sectores populares postergados por la ‘larga noche neoliberal’, como dice el presidente Correa, que miran, a diferencia de antaño, hacia la Patria Grande, que no es otra que nuestra América. (O)

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