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Roberto Follari (*)

Elecciones limpias

24 de febrero de 2017 - 00:00

Me gustaba de niño seguir por radio los escrutinios de elecciones. Me preguntaba entonces, por qué el partido llamado Demócrata Cristiano tenía siempre pocos votos, si es que los adultos cristianos decían ser tantos. Miraba con aprensión al Partido Comunista, pero también con una secreta compasión: el para mí enigmático partido, también obtenía siempre pocos votos.

Es que en las elecciones argentinas ganaba siempre el peronismo, aún proscripto por las derechas tradicionales: estas, cuando no apelaban al golpe de Estado, impedían presentarse a sus adversarios. Pero desde partidos con nombre de fantasía (Tres Banderas, Partido Blanco), alguna versión del peronismo igual llevaba siempre millones de votos, de la mano -todavía para mí poco comprensible por entonces- de sus nutridos programas de mejoramiento de la vida social, de salud, de educación, de vivienda, de incrementos salariales y fuerte acceso a derechos.

Mucho tardaría yo en comprender, desde mis candores infantiles, que había quienes no aceptaban nunca perder una elección. De tal modo, los sectores conservadores de Argentina, cuando gobernaba Frondizi en 1963 perdieron las elecciones frente al peronismo encarnado en un sindicalista combativo (Framini), y decidieron simplemente anular esos comicios. Sumaron al poco tiempo derrocar militarmente al entonces presidente -quien había defraudado desde el gobierno sus promesas electorales- para así suspender elecciones y democracia en un solo acto ominoso.

Pero claro, el peronismo era mayoría en serio, y esos artilugios no servirían eternamente. Se lo proscribió, se lo arrinconó y persiguió, pero eso solo sirvió para hacerlo crecer en la conciencia popular: así volvió triunfante en 1973, con Perón retornado del exilio, y una elección ganada con mayoría abrumadora.

Y así ganó ya en este siglo el peronismo de Cristina Fernández de Kirchner comicios presidenciales, y lo hizo por tres veces consecutivas: en realidad por cuatro, ya que a fines de 2015, la primera vuelta la ganó Scioli, no Macri. La caprichosa modalidad de las elecciones fue la que permitió al hoy tambaleante macrismo hacerse del gobierno, al conjuntar adversarios -que lo son del kirchnerismo, pero también adversos entre sí- en segunda vuelta.

Es un macrismo que había denunciado supuesto fraude en provincia de Tucumán poco antes, con bombos y platillos, con toda la prensa hegemónica a su favor. Y que casi de inmediato perdió con amplitud en esa provincia cuando la elección presidencial, lo que mostró la inconsistencia y falsedad de su denuncia.

Hay denuncias de las derechas que resultan curiosas: si ellas ganan, todo es legal; si pierden, denuncian fraude. Y aun cuando las diferencias en primera vuelta puedan ser muy claras para ver quién tiene más adhesiones, es la apelación a un rejunte en la segunda lo que -en el caso argentino y no solo en ese- las lleva a hacer una escalada en su búsqueda de ser gobierno. (O)

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