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Tatiana Hidrovo Quiñónez

El titiritero, Bolívar y Fidel

01 de diciembre de 2016 - 00:00

Cegado de egolatría, el titiritero alquimista introdujo la aleación de sus genes en la pipeta, para reproducirse a sí mismo; pero ante el asombro del mundo, salió un ser diferente, hecho de tierra, lleno de ‘hormigas locas’ imposibles de sujetar, insoportablemente habladoras, bailadoras de Taqui Oncoy. Ante acontecimiento tan extraño sucedido en el laboratorio del orbe en las primeras décadas de los años 1800, los colonialistas se preguntaron boquiabiertos: ¿Qué viviente inmenso ha nacido en el lugar de las selvas y los volcanes, en el lugar de la irracionalidad, la tierra quemada y los contrarios? ¿De quién viene ese ser continental con hálito de vida? Entonces, la voz del Sur naciente respondió: - Vengo de mi voluntad de Ser.

Nacida la América Latina, en el breve tiempo de doscientos, hizo dos cosas inconmensurables: Creó cultura y pensamiento propio expresado en la babel de las hablas populares, desafiadoras del idioma poscolonial; y creó revoluciones genuinas que pondrían límites geográficos y políticos a la modernidad occidental, al capitalismo e imperialismo.

La primera gran revolución nació de afanes autonomistas y terminó en gestas de independencias. La acción épica que venció a las fuerzas del imperio español estuvo liderada por Simón Bolívar, sin embargo, su legado más importante fue el proyecto movilizador que conceptualizó por primera vez a América Latina y le dio una razón de ser: defender su independencia y construirse humanista, como un lugar de iguales, con industria propia, todo envuelto bajo el manto de una Patria Grande, capaz de vencer cualquier nuevo intento colonial e imperialista.

América Latina forjó su identidad a lo largo del siglo XIX, no solo a partir de la necesidad de resistir la penetración del nuevo imperialismo y defender su independencia; sino también de destruir el racismo heredado de la época colonial. Los radicales del siglo XIX construyeron por primera vez el discurso antirracista y antiimperialista, prefigurando el rostro diferente de Latinoamérica en el contexto de la modernidad y el capitalismo. Fueron además los radicales los que lideraron las insurgencias campesinas contra la servidumbre y la explotación, durante la etapa de expansión del capitalismo, mientras las burguesías y oligarquías facilitaban la penetración de los monopolios.

La segunda gran revolución de la América Latina tuvo su centro en Cuba (1959). La Revolución Cubana fue y es una revolución política, cultural y social, que creó un campo geográfico de resistencia estratégica, sin el cual el resto de América Latina, incluso África, no hubiera resistido la correlación de fuerzas a lo largo del siglo XX. Cuba se sacrificó por el mundo y la Patria Grande, al mismo tiempo que llevó a cabo el más genial invento de una revolución socialista real, que logró la apropiación del capital y sus sistemas de especulación desde el Estado, en medio de un bloqueo económico desmedido e inmoral.

La Revolución Cubana contradijo también los manuales de las típicas revoluciones burguesas que, para ser tales, deben destruir todo lo ‘viejo’. Cuba terminó con el racismo e hizo una transformación cultural educativa, pero afirmó a su vez sus raíces, dando lugar a un proceso que legó al mundo una de las tradiciones artísticas más vitales de la historia de la humanidad. Fidel Castro dijo muchas veces que debíamos lograr la última y definitiva independencia, y que el campo de la lucha sería ahora el campo de las ideas y la cultura.

No es exagerado decir que los dos grandes referentes de la lucha latinoamericana en los últimos doscientos años son Simón Bolívar y Fidel Castro.

¡Hey, titiritero!, Fidel vive. (O)

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