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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

El plano de lo personal

26 de abril de 2017 - 00:00

Un grave problema de la humanidad es que todos creemos estar en lo cierto: convencidos de que nuestro pensar y accionar son mejores y que además provienen de una natural superioridad. Entonces suceden cosas como las que ha vivido el país en las últimas semanas. Cuando se afirma esto, en seguida salta alguien que advierte: “pero es de lado y lado”, y más allá de la veracidad o de la falsedad de esa aseveración, se violenta otro importante principio ético: hacerse cargo de la parte que a cada uno le corresponde. Yo me porto mal porque el otro empezó; los actos de los demás determinan los míos porque no tengo el menor control sobre mí.

En este contexto, aparecen, autoconvocadas o convocadas por ciertos sectores de la sociedad, entidades como la Comisión Anticorrupción, formada por una serie de ciudadanos de probada valía, tomados por la comunidad como referentes de ética, que han asumido la tarea de vigilancia ante los posibles casos de corrupción. Merece la pena reflexionar un poco sobre los hechos y sus consecuencias.

Por ejemplo, ¿por qué tomar a lo personal una acusación hecha a una institución? ¿Por qué plantear una demanda que, dados el contexto, los montos de las indemnizaciones y las condiciones personales de los comisionados, cae redonda en la ridiculez? Egocentrismo, hipersensibilidad inoportuna, prepotencia, abuso de poder. ¿No se pueden enfrentar o solucionar las cosas de otra manera? En un conocido lema se dice: “Si mis sentimientos han sido heridos, no lo demostraré, puedo estarlo, pero no lo demostraré”.

Y si bien ya en la vida personal se demuestra hasta la saciedad la utilidad de este consejo, es en la institucionalidad en donde se vuelve urgente ponderar las cosas desde una perspectiva de país y salir de la pedestre bronca del ‘me dijo’, ‘me dijeron’, y la ya habitual exigencia de disculpas públicas como si con la humillación del ‘enemigo’ consiguiera alguna cosa medio valiosa. Qué es lo importante aquí: hay una acusación de corrupción y se la debe asumir. Presentar las pruebas de descargo o asumir la falta. Allí no caben susceptibilidades personales (en realidad, y bien visto, no caben en ninguna parte) que se deben resolver en el ánimo de cada persona y no en ámbitos públicos en donde la importancia de los hechos se redefine.  

Poco favor le hace a un buen proceso, ya bastante lastimado por la artería de los medios y otros actores, así como por ciertas deleznables actitudes de sus propios integrantes, que un señor, valiéndose de su posición de Contralor, se ponga a dolerse de que se le ha dicho algo que no le ha gustado. Que demuestre que no es así, y punto. No es personal, y aun si lo fuera, desde su posición no debería serlo. No se trata de él. Se trata del país y del proceso. Desviar la atención al plano de lo personal solamente empeorará las cosas, como ya se vio. Pero toda moneda tiene dos caras, y se parecen entre sí más de lo que les gustaría.

En esta, la otra cara es la actitud carroñera de los detractores del régimen, que viven quejándose de que el Presidente ha instaurado el odio, pero no son capaces de colaborar con medio grano de arena para que se termine. Cuando alguien, en un acto al que por lo menos habría que reconocerle la cordura, pide que se retire la demanda y lo consigue, entonces las voces disonantes nacen desde el orgullo porque no aceptan un perdón espurio. O sea, queremos sangre. Y como suele suceder, por más que lo hayan denostado y criticado hasta el cansancio, a todos les comienza a brotar, como una especie de Miskamatus, el cada vez menos pequeño contralorcito que llevan dentro. (O)

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