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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

El hombre o mujer de las mil caras

01 de abril de 2017 - 00:00

La ambición del dinero, el poder; la búsqueda de la vida fácil, sin la inversión del trabajo honrado, y del placer, convierten al individuo -hombre o mujer- en el ser de las mil caras, para poder engañar y trepar peldaños, hasta lograr, en ciertos casos, positivos resultados; pero finalmente, al ser descubierto, le espera el repudio ciudadano; a diferencia de los demás que obran en el medio, según su formación ética y de principios, sin otro fin que el de alcanzar el éxito como persona y profesional.

El ser humano de las mil caras suele ocultar sus ambiciones y el desmedido afán por conseguir sus propósitos, en el ámbito donde se moviliza, político, educativo e instituciones públicas y privadas. Finge lealtad y asume, increíblemente, el papel de defensor de causas nobles, adula al superior y atropella a supuestos rivales, que él supone un estorbo en su apurada marcha hacia su codiciado objetivo.

Entre los hombres de los mil rostros se destaca el hipócrita, definido “como el que finge o aparenta lo que no es o lo que no siente”. “Fingimiento y apariencia de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen”. Actualmente, en el escenario político se desplazan los falsarios, disfrazados de líderes y hasta de redentores, se agazapan y creen pasar inadvertidos, pero prontamente, ellos mismos, cuando les conviene, se quitan la careta y proclaman como conquista su vergonzoso arribismo.

Entre otros, de las mil caras, sobresale el traidor. Aparenta profesar valores y predica acciones humanitarias; carece de principios morales, religiosos y de convicción ideológica. Se moviliza con astucia en el círculo laboral, social y político. Utiliza el adulo, la hipocresía y atropella hasta la dignidad de supuestos rivales en su intento por hacer realidad sus ambiciones. No todo está perdido; en  la administración pública, privada y en el sector político, hay hombres y mujeres que laboran con lealtad a sus principios éticos y compromisos adquiridos.

En los procesos electorales, se tornan visibles y transparentes esos desvíos conductuales. Los protagonistas principales y secundarios de ciertas agrupaciones partidistas en decadencia y pronto a desaparecer adoptan distintas poses y pactan alianzas en el terreno de las componendas, con la esperanza de asegurar algún beneficio, según ellos, en el reparto de cuotas de ese atractivo negocio.

Es lamentable que en nuestro medio actúen falsos líderes que hábilmente esconden sus defectos con sus mil caras para movilizarse de izquierda a derecha y viceversa, en su desesperación de ser tomados en cuenta por los presuntos triunfalistas de las justas electorales.

Con acierto se sostiene que los hombres y las mujeres, según su modo de pensar y obrar, describen su camino. Por lógica, sus acciones comprometidas con la moral se orientan a hacer el bien; en cambio, si se sujetan a la ambición, diseñan su fracaso a plazo fijo y promueven la condena pública. Es evidente el extravío de los valores, especialmente en el escenario de la contienda partidista. Se irrespeta al prójimo, se motiva la violencia y se obra en busca de su propio beneficio.

No cabe la mínima duda de que el individuo -hombre o mujer- leal a su ideología estructura su grandeza y recibe el reconocimiento generalizado; mientras que el de las mil caras transita avergonzado por el camino del desprecio ciudadano y condenado a no recuperarse jamás. (O)

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