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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

El desacuerdo y las partes en la Revolución Ciudadana

30 de octubre de 2017 - 00:00

Lo sucedido el pasado viernes, lejos de las siglas, lejos de los (re) sentimientos, (des) encontrados, lejos de que sea justo o no, correcto o incorrecto, o peor aún entre quienes se dicen puros o más puros, ha sido un tremendo ejercicio político. Algunos han aclamado que la ‘unidad’ de AP se haya partido, que se haya constituido en partes, en varias o en solo dos partes.

De la unidad de un solo camino, a la unidad de dos o más caminos. Claro que eso produce una tremenda incertidumbre, sobre todo a los que no saben cómo tomar parte, cómo ser parte de una o de otra parte. Y, quizás, una gran mayoría sin parte. Los sectores opositores a la Revolución Ciudadana, buscaban no solo que haya partes, sino que se partiera todo, pero eso no ocurrió. Y eso les puede causar una profunda confusión. Ya que, si no se parte AP, deducen que la posibilidad del llamado ‘proyecto político’ tampoco podría partirse.

En el juego de la política, que no empieza ni termina en las representaciones institucionales de un Estado, como de una democracia, lo que evidenciamos es que las tensiones y contradicciones internas no terminan de romper al movimiento, sino que puede ser una ampliación del arco ideológico y político del mismo proyecto. Pero se comprende que las pasiones, los roles y las escenificaciones, con todo el drama que le corresponde, tampoco significaron, y es de esperar que tampoco signifiquen una quiebra a voluntad de la oposición que busca el sueño anhelado del odio entre las partes, el quiebre en subgrupos con nombre y apellido, pero sobre todo que salgan de ese arco ideológico y se confronten de cara a las elecciones de 2019.

Pero más allá de la dramaturgia propia de las pasiones políticas, lo sucedido es un ejercicio único de hacer política de trapecistas. Claro que hay desacuerdo, y de muchas maneras, qué bueno -éticamente hablando y no desde la moralidad- que lo haya, porque ese desacuerdo demuestra los límites del entendimiento de la acción política. Exige que las partes entiendan que algo o mucho de lo que sucede no entienden.

Como dice el filósofo francés, Rancière: “El desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco, pero no entienden lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de la blancura”. Esto puede llevar a creer a algunos que hacen la verdadera política y los otros, no. El desacuerdo lleva, necesariamente, la impronta de un dilema en el hablar. Vivimos una vorágine de pasiones políticas. El horizonte confuso puede aclararse en las posiciones, que ha sido una urgencia en todos aquellos que han creído, creen la Revolución Ciudadana. Las partes pueden ser antagónicas, pero no enemigas.

La oposición a ellas querrán que sean enemigas a muerte, para que se exterminen por equilibrio de fuerza a cero, a nada. Que todos los involucrados ahora deban tomar posición es algo que celebrar, aunque algunos querrán vivir el duelo y el luto. Las partes no tienen nada que repartirse, les pertenece todo por principio, incluso lo negativo, del que deberán desprenderse con prontitud. Las partes están urgidas de leer la política, de definir el camino, para medir la realidad existente o ficcional de la militancia. Es la gran oportunidad para forjar acción y formación política, medianamente meditada, calculada, planificada, más allá del Estado y más acá de los ciudadanos, y en sus calles. (O)

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