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El Telégrafo
*Fernando Falconí Calles

El Comandante en Jefe

21 de octubre de 2016 - 00:00

Escribo con mayúsculas porque lo merece. A partir de la derrota militar que sufrimos con Perú en 1941, vivimos lo que se denominó la ‘paz armada’. Este tortuoso período termina en 1998 cuando Alberto Fujimori y Jamil Mahuad firman la paz definitiva. A partir de aquel año, El Comando Sur diseña una táctica denominada ‘Martillo-Yunque’: el Ejército colombiano atacaría a los guerrilleros de las FARC y del ELN desde la zona norte, en tanto que el Ejército ecuatoriano lo haría desde el sur en forma simultánea.

El presidente Correa -con valentía- rechazó la ‘orden’, porque implicaba un involucramiento directo de nuestras Fuerzas Armadas en la guerra interna colombiana. ¿Cuántos muertos, cuántos heridos y cuántos miles de millones de dólares le habrían costado a Ecuador la intervención militar directa? ¿Cuántas viudas, huérfanos y demás familiares habrían llorado la pérdida de sus seres queridos? Los jefes militares saben que el presidente Rafael Correa salvó la vida -sin exagerar- a miles de nuestros soldados; lo menos que se puede esperar es que lo respeten por ser su Comandante en Jefe. Los sectores militares que actualmente están en labores desestabilizadoras no representan -por ejemplo- a los soldados y oficiales que lucharon en la guerra del Cenepa. Fue la primera victoria militar, luego de muchos años de humillaciones, en la que fueron protagonistas los que formaron parte  del Agrupamiento Táctico General Miguel Iturralde.  

La historia -en todos los países del planeta- la protagonizan los vendepatria y los patriotas, con la coincidencia de que los primeros siempre se disfrazan de los segundos. El presidente Rafael Correa Delgado pasará a la historia por haber ejercido una política exterior digna, soberana, valiente. Vale la pena recordar cuatro hechos: el Comandante en Jefe de nuestras Fuerzas Armadas, en septiembre de 2009, les dijo a los militares estadounidenses: “Que les vaya bonito”, luego de permanecer durante 10 años en la base de Manta con el pretexto de combatir el narcotráfico.

Expulsó a una embajadora irrespetuosa; aquella funcionaria tuvo que hacer sus maletas en 24 horas; no sabía que el Comandante en Jefe estaba dispuesto a todo para hacer respetar a este pequeño y hermoso país. Cuando el Gobierno de Inglaterra amenazó con asaltar nuestro territorio en Londres y capturar por la fuerza a Julian Assange, el Comandante en Jefe resistió las amenazas y concedió asilo político al periodista australiano. El Comandante en Jefe denunció al mundo a la petrolera Texaco-Chevron por los daños causados en la Amazonía; el planeta entero conoció que la transnacional tenía las manos sucias, los bolsillos sucios.

En todos los casos mencionados, el Comandante en Jefe no se acobardó, no dudó, no retrocedió. Ya es hora, Comandante en Jefe, de que los ecuatorianos sepan que su vida ha estado en peligro durante su administración. El asunto es que cuando el Presidente de un Gobierno soberano no acata las órdenes imperiales, el peligro continúa; caramba, con ese riesgo no convive una persona común y corriente.

Para los militares, el Comandante en Jefe tiene que ser el más valiente. Por estos lares, eso está demostrado. (O)

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