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El Telégrafo
Erika Sylva Charvet

Diálogo y Revolución

27 de junio de 2017 - 00:00

Si de lo que se trata es de ensanchar el cauce de la Revolución Ciudadana (RC) incluyendo en su torrente nuevos actores que se identifiquen con ella, sabia sería la decisión de convocar a un diálogo nacional porque esto conduciría a la consolidación de la hegemonía de la Revolución, de su dirección intelectual y moral en la sociedad ecuatoriana. Pero esto implicaría partir de dos premisas. Primera, cumplir el claro mandato de los mandantes expresado en las urnas el 2-04-2017: la continuidad de la RC; y segunda, constituir a los principios, objetivos y líneas de acción trazados a lo largo de diez años de Revolución en el paraguas cobijador del diálogo.

Empero, cuando se observan los temas propuestos para las mesas de diálogo, lo que aparece, en varios casos, es la agenda de conflictos anudados en torno a las políticas públicas ejecutadas por el gobierno de la RC. Porque no debemos olvidar que el objetivo estratégico de esta ha sido la transformación de las relaciones de poder en todos los ámbitos de la sociedad. Y fue ese proceso justamente el que resintió a varios actores, algunos inicialmente cercanos, cuyos intereses particulares privados chocaron con ella. En el caso que más cercanamente conozco, el de la educación superior pública, los ‘odios y rencores’ de estos grupos podrían provenir del hecho de que antes hacían lo que les daba la gana y hoy no, pese a que todavía existen esos abusos. ¿Tendría la RC que pedir disculpas por esto? ¿Qué implicaría en este caso la ‘reconciliación’?

Cuando escucho las demandas de amnistía me quedo atónita. Asesinos elevados a la categoría de ‘perseguidos políticos’ y femicidas que demandan el indulto, al lado de abiertos conspiradores del 30-S ‘injustamente criminalizados’ y otros activos participantes de la desestabilización de la Revolución, que hoy quieren ser lavados de todas sus responsabilidades. ¿Pero qué es lo que hizo el gobierno de la RC a lo largo de todos estos años? Ser consecuente con sus compromisos y defenderse del acoso, la conspiración, los intentos reales y latentes de golpes de Estado por parte de una oposición interna e internacional cada vez más violenta. Porque el odio no ha estado del lado de la Revolución; ha estado del lado de quienes perdieron sus privilegios, de los micro y macropoderes fácticos. Y si la RC sigue siendo consecuente, seguirá generando odios entre estos privilegiados. Y tendrá que defenderse. ¿Será esto ‘normal’ o ‘anormal’?

Ciertamente, el diálogo per se no es una panacea ni es garantía de gobernabilidad, peor aún en contextos golpistas en los que lo único que interesa a la oposición es derrotar al proceso progresista y enancarse en el poder político. Por ello, si el objetivo estratégico del actual diálogo impulsado por Lenín es consolidar el proyecto progresista, este debe tener como premisa el paraguas de la RC para saber dónde trazar las líneas rojas de lo no negociable, de aquello que no se puede transgredir porque se estaría haciendo tabla rasa de la historia de la propia Revolución. (O)

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