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Pablo Salgado Jácome

Diálogo político y disculpas

16 de junio de 2017 - 00:00

El periodista Diego Oquendo pidió -en su programa de radio- disculpas al vicepresidente Jorge Glas. El periodista dijo: “Jamás tuve un criterio injusto, despectivo, ofensivo a usted y su personaje. Y soy de aquellos periodistas que siempre he reconocido los méritos en lo central. Tengo mi conciencia en paz frente a usted. Jamás he tenido un criterio negativo. Jamás le he acusado de nada porque no tengo pruebas… Y si no es así, pues pido disculpas”. A lo que el vicepresidente Glas replicó: “Pero el daño ya está hecho, pues”.

A muchos tomó por sorpresa esta disculpa pública de Oquendo. Pero a otros no tanto; recordemos que el mismo periodista ya asistió a la rueda de prensa que el mandatario Lenín Moreno dio en la Presidencia. Pero en verdad, ¿qué significan esta actitud y estas disculpas de Oquendo? ¿Significa que la prensa asume una tregua frente al Gobierno? No, claro que no. Basta ver los informativos de la mañana de los medios privados para saber que no. Y basta leer algunos medios digitales para  comprender que el  diálogo -¿o batalla?- será difícil y que, de hecho, nada garantiza que se extienda, con éxito, a esos otros medios. Salvo que, por supuesto, el presidente Moreno conceda todo aquello que piden; comenzando con la derogatoria de la Ley de Comunicación.

Diálogo, sabemos, es negociar, y negociar es ceder de parte y parte. Por ello son tan necesarias las llamadas ‘líneas rojas’. Ese saber, con total claridad, hasta dónde se puede ceder. Y quizá esta sea la mayor preocupación de un sector duro de militantes y simpatizantes de Alianza PAIS. Muchos se sienten traicionados, más aún cuando el propio expresidente Correa tuiteó:  “Prensa opositora ya no puede sostener más mentiras contra Jorge Glas, acusan sin pruebas. ¿Qué sanción merecen?”

Dialogar no es fácil. Más aún cuando durante los últimos 10 años no es que precisamente se haya dialogado. Y no es que ciertos medios de comunicación, sectores de indígenas, de sindicalistas o ciertos movimientos y organizaciones sociales hayan, al menos, intentado dialogar. Hay que aprender a dialogar, y tomará su tiempo. Con unos, seguro se avanzará, pero con otros a lo mejor se vuelve imposible. Y con otros -obviamente- simplemente no se debería dialogar.

Las segundas vueltas implican, casi siempre, acercamientos y alianzas. Y digo casi siempre, porque el expresidente Correa no necesitó acercamiento alguno; ganó solo. Pero ese no es el caso del presidente Moreno, y por esto tenemos a aquellos aliados -aunque no hayan obtenido asambleísta alguno- compartiendo ahora espacios -ministerios- en el Gobierno. Y esto también a muchos les cuesta entenderlo. Y por ello cuestionan la presencia de Humberto Cholango, de Iván Espinel o de Pablo Campana.

Sin duda, es otro momento político. No es solo otro estilo de gobernar, es mucho más que eso. Por ello, no son pocos los que se preguntan si “las manos extendidas” es una actitud valiente y generosa o si es -más bien- una ingenuidad política con graves consecuencias a futuro.

Dialogar es también una herramienta para la gobernanza. Y pronto sabremos si es efectiva y eficiente. Por ahora, sabemos ya que las ‘denuncias’ diarias contra el Gobierno, al menos en el informativo de Diego Oquendo, bajarán de tono y frecuencia. ¿A cambio de qué? Eso también lo sabremos a futuro. (O)

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