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Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

¿Desastre natural en Zaruma?

05 de octubre de 2017 - 00:00

Lo que está ocurriendo en la ciudad patrimonial de Zaruma tiene todos los visos de un gigantesco desastre natural, que recién ha comenzado, pero que seguramente irá agravándose con el paso del tiempo. Pero este desastre no es producto de un evento natural violento e inesperado, como un terremoto o un huracán, sino el resultado de una acción abusiva de los hombres sobre la naturaleza, en pos de seguir arrancando del subsuelo la riqueza aurífera allí existente.

Claro está, este desastre también es producto de la incuria de las autoridades de todo nivel, desde el local hasta el nacional, que han visto y tolerado impávidas la labor abusiva de empresas piratas e individuos ambiciosos, que han seguido perforando túneles bajo la ciudad en las últimas décadas, pese a las supuestas ‘prohibiciones oficiales’.

El resultado de esa conjunción de acciones negativas empieza a mostrarse en los últimos tiempos, con el hundimiento progresivo de la ciudad, que probablemente seguirá en ascenso, pues el cerro sobre el que ella se asienta ha terminado por ser algo parecido a un queso lleno de gigantescos huecos.

La historia de la explotación minera del cerro Sexmo tiene ya unos largos cinco o seis siglos. Comenzó en la época precolombina, cuando los pueblos originarios empezaron a extraer de los lavaderos bajos de esa montaña pequeñas cantidades de oro, que utilizaban para elaborar objetos y joyas rituales, como los que hoy figuran en el espléndido Museo del Señor de Sipán, en Lambayeque, Perú. Pero fue con la llegada de los conquistadores, hacia 1536, y con la fundación de la Villa de San Antonio del Cerro de Oro de Zaruma, cuando esa explotación se volvió cada vez más planificada y sistemática. Los archivos están llenos de documentos, planos, dibujos y relaciones sobre esa explotación minera ejercitada por el colonialismo español.

Para ejecutarla se emplearon miles de trabajadores nativos, arrancados por la fuerza de las comunidades indígenas de la Sierra para ser sometidos a la virtual esclavitud de la mita de minería, de la que salían muertos o moribundos a causa de la silicosis. Todo ello lo recuerda el estremecedor poema ‘Boletín y elegía de las mitas’, de César Dávila Andrade.

Más tarde, ya en la república, la explotación minera se aceleró, favorecida por el uso de cada vez más modernas maquinarias de perforación y extracción. Pero la situación de los trabajadores siguió siendo atroz, como lo reveló el sabio médico y humanista Ricardo Paredes en su libro Oro y sangre en Portovelo, en el que denunció los abusos y crímenes de la empresa norteamericana Sadco. Y a los crímenes contra la humanidad que trajo consigo la explotación minera, habría que agregar los crímenes cometidos contra la naturaleza, pues, desde la colonia hasta hoy, en la minería se han utilizado productos como el mercurio o el cianuro alcalino, que terminaron arruinando el aire y envenenando los ríos de la región.

En medio de esa controvertida historia, fue levantándose esa pequeña y hermosa ciudad patrimonial. Trazada a partir de una plaza mayor ubicada en lo alto del cerro y extendida hacia abajo por unas calles de sorprendente curvatura, se caracteriza también por su bella arquitectura de madera y sus hermosos soportales, hechos para cubrir al viandante de los rigores del sol o de la lluvia. Toda esa maravilla histórica está ahora amenazada por un desastre de imprevisibles consecuencias. (O)

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