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Sergio Friedemann

*Columnista invitado

Desaparecer la desaparición

09 de octubre de 2017 - 00:00

El límite de la desaparición es la memoria. Sin la construcción de memorias sociales o colectivas, la desaparición sería perfecta, inconmovible. ¿Sería, por tanto, efectiva? Los negacionistas no quieren negar la desaparición, anulándola. Quieren desaparecer la desaparición para afirmarla y dejarla en el pasado como un hecho transcurrido y ejemplificador.

El Gobierno parece empeñado en desaparecer la desaparición de Santiago Maldonado. La palabra ‘parece’ no es casual. El Gobierno sabe que (ya) no puede desaparecer la desaparición. Solo quiere negarla para afirmarla, ya no como reclamo de cierta justicia a ser alcanzada, sino como acontecimiento del pasado que no necesariamente deja de ser justo. La lucha por la memoria de los desaparecidos es la lucha por la actualización de ese pasado en el presente.

El Gobierno parece empeñado en desaparecer de los establecimientos educativos el tratamiento de la desaparición de Santiago Maldonado. Primero fue la escuela pública, más controlable. Luego fue la universidad, a través de una denuncia que pasó por el Ministerio Público Fiscal, el Ministerio de Educación, el rectorado de la UBA, para arribar finalmente a la Facultad de Filosofía y Letras. Desde lo jurídico, es un claro intento por vulnerar la autonomía universitaria consagrada por la Constitución. Pero no es un avasallamiento centralmente jurídico, sino político y pedagógico.     

Hoy en Argentina hay presos políticos. Hay un desaparecido. Se equipara toda figura de la otredad al Gobierno anterior, al que a veces no se lo nombra. Se reduce todo lo hecho a la figura del robo, de lo apropiado. “Se robaron todo”, no refiere solo a los millones de López. Se robaron todo, todo lo que históricamente perteneció a una reducida élite: la posibilidad de vacacionar, de consumir. Pero ahora cambiamos. Ya no. Ya nadie roba. Ya nadie nos dice lo que podemos hacer y dejar de hacer. Desaparecer al otro, y negarlo para afirmarlo, vuelve a ser posible.

Vulneran la autonomía, es cierto. Se meten con los docentes. Obstruyen la libre circulación de la palabra y quieren dirigirla. Pero no es simplemente evitar que se hable de Santiago en las aulas lo que buscan estos guardianes del olvido. Lo importante es el acto de repudiarlo, de igualarlo a la política, condenándola. El propósito no es desaparecer a Santiago de las aulas, sino hacer aparecer la figura del otro como enemigo. Lo más trágico no es la violación de la autonomía universitaria por parte del Estado, sino la recepción activa del mensaje por la sociedad. Si un conjunto amplio asume como propia la idea del enemigo interno, entonces hay hegemonía. La heteronomía de pensamiento de cierta ciudadanía que, inmersa en la humareda comunicacional, puede creer como cierta la idea de que la desaparición de Santiago o la persecución política de Milagro Sala son parte del ‘relato K’: esa es la gran victoria política de la nueva y vieja derecha: a su vez democrática y antidemocrática, consensual y autoritaria, hegemónica y coercitiva. (O)

*Sergio Friedmann. Politólogo, doctor en Ciencias Sociales (UBA). Becario posdoctoral (Conicet).

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