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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Derecha ideológica y represión política

21 de abril de 2017 - 00:00

La derecha apela a la violencia como modo de resolución del conflicto social. Mientras puede, mantiene una imagen de tolerancia; pero apenas ve mínimamente amenazados sus privilegios, apela a la acción violenta, ya sea desde la oposición o desde el Gobierno.

Desde la oposición, ha adquirido lamentable popularidad la ‘doctrina Sharp’ del mal denominado golpe blando, que de blando tiene muy poco. Se trata de usar los medios de comunicación para promover disconformidad generalizada y luego de ‘calentar la calle’. Es decir: estrategias por completo antidemocráticas, en tanto están destinadas a derrocar gobiernos legítimamente constituidos. El caso de las ‘guarimbas’ en Venezuela costó más de 30 muertos en poco más de un mes de ejercicio. Pero claro, no tiraron abajo al Gobierno, pues ha contado con un importante apoyo popular.

No siempre la jugada sale bien para sus promotores; a veces han cansado a la población, y han quedado aislados en su juego violento. Pero en todo caso, en sitios como la Argentina, si bien quisieron y nunca pudieron voltear al gobierno de Fernández de Kirchner, usaron y abusaron de las libertades y garantías sostenidas por ese Gobierno. Los cacerolazos repetidos, y aun los cortes reiterados de carreteras en 2008, fueron estoicamente tolerados por el Gobierno, que nunca los reprimió. Los participantes jamás agradecieron ese trato; acostumbrados a tener el poder total, lo han creído ‘natural’.

Pero -en flagrante contradicción lógica- les parece obvio que hay que reprimir a la oposición política, ahora que están en el poder. La administración macrista compra tanquetas de última generación y armas para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con manifestantes, mientras prepara una legislación sancionatoria para la protesta social callejera, que es la única que adquiere visibilidad pública. Cuando les tocaba estar en la calle a ellos, toda la libertad; cuando se trata de los otros, toda la Policía.

Hace dos semanas se reprimió a docentes que estaban pacíficamente en la Plaza Congreso, con el pretexto de que no tenían permiso para poner una carpa; una situación que -de ser cierta- se hubiera solucionado fácilmente en términos de diálogo. Esta última semana, en la ciudad de Jujuy donde se tiene apresada a la dirigente Milagro Sala con fuertes protestas internacionales que señalan ilegalidad de la medida, la Policía local entró a la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional allí instalada.

Fueron llevados dos estudiantes por la fuerza, que recién al día siguiente pudieron estar libres, y denunciaron haber recibido maltrato. Una enorme violación a la autonomía universitaria, que ha sido repudiada en múltiples espacios de las instituciones universitarias argentinas.

En fin: las izquierdas antikirchneristas también están recibiendo ahora ataques virulentos que no solían tocarle en tiempos anteriores. Si bien no falta el maximalista que delira con “cuanto peor, mejor”, muchos de sus militantes aprenden de pronto los rigores de la verdadera derecha y advierten cuánto de ilusorio hubo en pretender que todos los gobiernos representarían lo mismo.

Por supuesto, el conflicto social no se resuelve con represión, sino con medidas que resuelvan sus causas. La espiral de violencia no es buena para nadie; pero si alguien sueña con ahogar por vía de palos y botas la angustia social por el hambre y la desocupación, puede leer la historia de Argentina en el siglo XX para entender que ese método tiene un funesto destino. (O)

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