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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

De las contradicciones al socialismo progresista

06 de noviembre de 2017 - 00:00

Toda disputa, para que sea tal, requiere que lo que se dispute tenga sentido, más aún cuando lo disputado en primera y última instancia no es el poder en sí mismo, sino la progresión de un proyecto político que busca la justicia social, la equidad y la igualdad; busca eliminar la extrema pobreza y la miseria; construir una sociedad de bienestar estructural no solo para una o varias generaciones, sino que sea el comportamiento común y cotidiano de y para una sociedad. Las disputas existentes hoy en el Ecuador no son nuevas, quizá han cambiado los actores y los escenarios, pero lo que está de fondo es el cómo de las transformaciones. Los distintos proyectos que se han implementado en Ecuador republicano poco transformaron al país, ya que su base política, su ideología, su visión sobre el Estado y el sistema político siempre se redujo a mantener a las élites en el poder. Buscaron transformar las élites y poco transformar a los ciudadanos. Incluso, la propia ciudadanía, la llamada sociedad civil, no supo cómo ser parte de los procesos de transformación. Siempre hubo fuertes intermediarios a modo de ventrílocuos sociales, que decían el qué y el cómo de la política. A partidos, organizaciones, sindicatos de todo tipo, se les fue cayendo en el camino la idea del pueblo y la nación, y quedaron a merced de la parte que les tocó o que les dieron en las instituciones. La propia socialdemocracia fue un fracaso en el Ecuador, no se diga el neoliberalismo que, repetitivamente, como una patología social, ha tratado de repetirse una y otra vez, renovándose en nuevos rostros y máscaras, pero siempre es lo mismo: fracaso. Para que no nos vuelva a pasar lo mismo, las disputas existentes en el proyecto político actual no deben olvidar el grado ideológico del progresismo. Toda disputa, incluso las que se presentan como pelea juvenil, no deben abandonar el arco ideológico del socialismo. Los valores antes mencionados le son propios al socialismo, no a la socialdemocracia reformista. Obviamente no hay proyecto político puro y peor aún líderes puros, por eso las contradicciones existentes no se resolverán de manera patriarcal, menos aún con un par de líneas en redes sociales entre “puros y traidores”. Peor entre quienes critican, dicen hacer análisis crítico y lo que menos han hecho es dedicarle tiempo a la formación militante. La típica consigna de saberlo todo, el cómo, cuándo, dónde, con quiénes, pero nunca mover un dedo, una idea, una acción, no son capaces de convencer-se ni a ellos mismos: pura pasión desbocada. Así imposible hacer militancia y peor socialismo en el siglo XXI. ¿Transformación social, justicia social, redistribución de la riqueza, equidad de oportunidades, autodeterminación social e individual, equidad de género, un mundo multipolar: sin socialismo? Imposible. Por más que se saquen los ojos los que quieran, el socialismo no ocurrirá si pensamos que el Uno es la síntesis del Todo, dicho de la manera más hegeliana posible. El problema no es el Estado, sino las contradicciones estructurales de una sociedad capitalista andina como la nuestra, y su fracaso histórico. Por eso la histeria no debe gobernar la política sino la razón y la racionalidad. Estamos observando los límites del pragmatismo y el déficit ideológico que no se resolverá ni en el pantallazo, ni en el tuitazo, ni el Facebook Live. Urnas y calles es lo que nos espera, a buena hora. (O)

 

 

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