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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

De la ilusión de los poetas

14 de diciembre de 2016 - 00:00

Tal vez no sea exacto decir que los poetas no se mueren, porque sí se mueren. Un día, esos corazones cansados de estrujar vida y pasiones, sencillamente se detienen. Su voz calla. Sus palabras cesan. Sus libros tal vez no se vuelvan a publicar. O tal vez sí. Porque es muy de humanos acordarse de los que ya se fueron y ya nada demandan. Tal vez tan solo un poco de memoria.

Tal vez no sea exacto decir que los poetas no se mueren, porque sí se mueren. La vida aguijonea a todo el mundo, lo sabemos. Pero a las poetas y a los poetas suele dolerles un poco más. Sus lágrimas se transforman en palabras entrecortadas en versos que no todo el mundo puede comprender y se desenredan caóticamente entre la empatía y la crítica.

Tal vez no sea exacto decir que los poetas no se mueren, porque sí se mueren. Un día dejan de respirar, como cualquier ser vivo, porque la esencial característica de los seres vivos es la mortalidad. Y ni siquiera se escapan aquellos o aquellas que hablan con los dioses, o con Dios, si es que hay uno solo. Aunque alguna vez hayan dicho cosas tan estremecedoras al respecto como: “Tú eres feliz, Señor, porque no eres mujer”.

Tal vez no sea exacto ni conveniente decir que los poetas no se mueren, porque se mueren de verdad. El tiempo inmisericorde les estrecha las venas. El dolor los visita, como al resto de gente, pero quizá se ceba en ellos y en ellas con más violencia. Las vicisitudes de la vida arrollan sus almas hechas de cristal. Y se rompen, como todos, o tal vez un poquito más. Se despedazan entre el oleaje de la supervivencia, entre el amor prometido y el desamor verdadero, entre las ansias de trascendencia y la pedestre realidad cotidiana. Entre el desgarramiento de ver que quienes amamos no encuentran el sendero de su propia realización. Y el aire no es suficiente para terminar de revolver lo que de él queda en nuestros pulmones. Y nos deshacemos de a poco entre los años y las penas.

Tal vez no sea exacto decir que los poetas no se mueren, porque se mueren. Gente de carne y hueso. De células finitas. De sensibilidad infinita. Gente que ayuda a vivir, aunque sea a costa de su propio sacrificio. Gente que se desgarra al decir lo que otros no podemos. Gente como Ana María Iza, por ejemplo, que supo del dolor y de la música, que vivió para amar y para darlo todo, y que se nos ha ido dejando para siempre sus bellísimos y estremecedores versos. Paz y luz para ella y para su alma inmortal. (O)

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