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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Cuero y Caicedo en su reposo final

15 de septiembre de 2016 - 00:00

Al fin, dos siglos después de su muerte, los restos del Obispo-Presidente José Cuero y Caicedo reposan en el que será su lugar de descanso definitivo: la Catedral Metropolitana de Quito.

Tras ser descubiertos e identificados hace un tiempo en el Hospital de San Andrés de Lima, el Gobierno del Ecuador tramitó su repatriación, lo que fue atendido pronta y eficazmente por las autoridades del Perú.

Posteriormente, los restos fueron trasladados a Guayaquil en el buque escuela Guayas y mantenidos en una capilla ardiente montada en el Centro Cultural Simón Bolívar, dentro de un hermoso simbolismo, que vinculaba la memoria del Libertador sudamericano con la del líder de la primera independencia quiteña.

Ahora, estos restos gloriosos del primer Presidente del Estado independiente de Quito han llegado finalmente a nuestra capital, para ser acogidos por la nación entera y guardados respetuosamente en esa catedral, que otrora fuera escenario de su gloria episcopal y de su compromiso con la libertad de nuestro pueblo. A partir de hoy reposarán aquí, en nuestra ciudad, en compañía de otros restos gloriosos, como los de Carlos Montúfar, Antonio José de Sucre y Federico González Suárez, en una conjunción de patriotismo, sacrificio y sabiduría.

Pero la ocasión es buena para recordar las razones que lo llevaron a Cuero y Caicedo a morir en tierra extraña. Este hombre de talante pacífico y espíritu conservador, que era Obispo de Quito, se vio enfrentado, inesperadamente, a la Revolución Quiteña del diez de agosto de 1809. Y fue designado Vicepresidente de la Junta Soberana de Quito sin consultar previamente su voluntad.

Ello hizo que resistiera inicialmente ese nombramiento y que lo aceptara al fin, obligado por las circunstancias y tras emitir previamente un documento secreto, en el que hacía constar su fidelidad al rey y a la madre patria española.

Durante la corta vida de la Junta Soberana, el obispo fue un duro opositor de los planes políticos de los jefes radicales Juan de Dios Morales y Manuel Quiroga, que buscaban la total emancipación de la metrópoli.

Pero la historia de Quito había entrado en una etapa de aceleración que trastornaría la vida de todos sus habitantes. Así, el gobierno criollo fue defenestrado tres meses después y sus líderes más radicales terminaron en la cárcel. Un año después, las tropas enviadas por el Virrey de Lima masacraron a los revolucionarios presos y luego se dedicaron al pillaje y el crimen en toda la ciudad, causando la muerte del uno por ciento de su población.

Ello radicalizó al obispo de Quito, que poco a poco tomó el liderazgo de la revolución, hasta terminar convertido en jefe político de ella. Así, el Congreso de Pueblos Libres de Quito lo eligió en 1811 Presidente del nuevo Estado Independiente de Quito, creado por la Constitución Quiteña.

Lástima grande que ese Estado y su ejército de campesinos no pudieran resistir los embates de las tropas profesionales del virrey, que aplastaron en Ibarra, el 1 de diciembre de 1812, los sueños de libertad de los patriotas.

Cuero y Caicedo fue apresado y enviado al destierro en España, cargado de cadenas, pese a sus ochenta años de edad. Pero solo llegó hasta Lima, donde murió de bronconeumonía.

Ahora sus restos han vuelto en gloria al país por cuya libertad luchó. La Academia Nacional de Historia rinde respetuoso homenaje a su memoria. (O)

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