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Eduardo Fabregat

Cuarteles de invierno

06 de septiembre de 2017 - 00:00

Y ahora, ¿qué se hace con el vacío de los domingos por la noche? Es muy probable que el origen de la abundante fan fiction tenga que ver con eso, una manera de paliar el hueco producido cuando una serie o película amiga se va. Ya hace más de una semana que terminó la séptima temporada de Game of Thrones, y un largo camino de nostalgia se extiende por delante.

De nostalgia y sobre todo misterio, porque aún no hay precisiones sobre la fecha de la temporada final. “Nuestra gente de producción está tratando de armar la línea de tiempo para la filmación y cuánto llevará el trabajo de efectos especiales”, dijo a The Hollywood Reporter Casey Bloys, jefe de programación de HBO. Al límite de lo tolerable para un público que quedó -ejem- en llamas tras los últimos 7 episodios que, para colmo, pasaron como un suspiro. Entre la primera escena de ‘Dragonstone’ -Arya Stark con la cara de Walder Frey, sirviéndole a todo el clan un coctel mortal- y los muertos atravesando el Muro en ‘The Dragon and the Wolf’, pasaron apenas 41 días. Demasiado poco para las ganas de más que provoca la serie de Martin, Benioff & Weiss.

¿Qué dejó, entonces, la séptima temporada? En primer lugar, un notable cambio de ritmo, aun sin desdeñar esas calmas escenas de diálogo con mucho jugo. Algunos se quejaron de la rapidez con la que, por ejemplo, Jon Snow llegaba de Winterfell a Dragonstone y de Dragonstone al norte del Muro, olvidando que existe un recurso llamado elipsis y que, de verdad, uno no necesita enterarse de todos los pormenores del viaje. Snow decide ir a ver a la Reina de los Dragones (quizá su decisión más sensata de los últimos capítulos) y al episodio siguiente ya está en el castillo, listo. Y así con todos los movimientos de los personajes, y está bien: hay que avanzar. Quizá los que protestan hoy son los mismos que hace un par de años protestaban por la morosidad de algunas acciones. Hay gente a la que le gusta quejarse por quejarse nomás, sobre todo en las redes.

El ritmo del body count, en cambio, se mantuvo más o menos a la par del historial. No era fácil empatar la parrillada al fuego verde ordenada por Cersei en el Septo de Baelor (los seguimos extrañando, Margaery y Loras Tyrell: además, Finn Jones ahora es Iron Fist, y ciertamente perdió con el cambio); pero Arya y el combo Daenerys/Drogon hicieron sus propias faenas al por mayor como para mantener los números. Y esta temporada significó también la partida de personajes como Lady Olenna, Thoros de Myr, las Serpientes de Arena, los odiosos Tarly, Benjen Stark, Viserion -ay- y el mismísimo Lord Baelish, a quien probablemente los guionistas liquidaron porque ya no le quedaba clan por traicionar. ¿Hay que contar también a Beric Dondarrion y Tormund Matagigantes? ¿Acaso no habrá final feliz para el salvaje pelirrojo y Lady Brienne? ¿Justo después de perder a su resucitador oficial, el hombre de la espada flamígera vuelve a encontrarse con la muerte?

(Y en tren de preguntar: ¿qué les costaba concedernos el satisfactorio espectáculo de Ed Sheeran bañado por aliento de dragón?) Sea 2018 o 2019, habrá mucho por desmenuzar, volver a ver y reanalizar de Game of Thrones, por pasión o por puro aburrimiento nomás. Incluso puede suceder que en algún momento alguien, en un rapto de memoria entre tantos sucesos impactantes, se acuerde súbitamente de la Septa Unella... y ni siquiera se preocupe por elaborar una teoría sobre qué fue de su vida, o de su muerte. Shame. (O)

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