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Fander Falconí

Cuando se junta la cátedra con el quiosco

12 de julio de 2017 - 00:00

Lobby en inglés es la antesala de un edificio, como el lobby de un hotel. Por analogía pasó a significar la negociación previa entre dos personas naturales o jurídicas, mediante un negociador intermediario (lobbyist en inglés).

Este tipo de negociador es ahora una profesión reconocida en Estados Unidos, con su propio colegio profesional y hasta con especializaciones abiertas para abogados, periodistas y profesiones afines. Tales negociadores son más numerosos en el campo de  las inversiones especulativas, es decir, inversiones no productivas. La prueba de esta afirmación está en el número de lobbyists registrados en Estados Unidos desde el año 2000, cuando eran 12.540. En 2007 llegaron a ser 14.822 y su número empezó a declinar, tras la gran crisis de 2008. En 2016 solo eran 11.143 (https://www.statista.com/statistics/257340/number-of-lobbyists-in-the-us/).

Las grandes universidades estadounidenses, que son particulares y son financiadas por las corporaciones gigantes, no solo incluyen en sus estudios esta profesión, sino que ahora emplean a estos profesionales.

Por ejemplo, Harvard, la más antigua y prestigiosa, se ha dedicado a la especulación con sus fondos. En 2010, compró una hacienda de vacas lecheras en Nueva Zelanda por $ 25 millones. Y eso es una gota dentro de los $ 3.700 millones que invierte Harvard en proyectos especulativos; apenas el 10% de sus fondos que totalizan $ 37.000 millones. Yale, Columbia y otras famosas universidades hacen lo mismo.

Al igual que muchos multimillonarios de su país, no parece importarles el impacto ambiental ni social de sus inversiones, hasta hay universidades que invierten en madereras de la Amazonía o en prisiones particulares de Estados Unidos, según el diario Boston Globe (“Far from campus, universities put their money into farms, railroads, oil rigs”, edición del 2 de julio de 2017). A veces, les ha ido muy bien: Yale invirtió $ 300.000 en Google, cuando este último empezaba. En 2010 recibió utilidades por más de $ 7,5 millones. Harvard, en cambio, está perdiendo.

La especulación financiera es la que provocó la crisis económica de 2008. No está bien que la educación superior vuelva a la carga, cocinando lo que podría ser una crisis peor que la de 1929. La verdad es que esto ocurre porque en Estados Unidos casi no existen regulaciones para la educación particular. Tampoco propugnamos un exceso de regulaciones. Pero por tener más fondos para una institución educativa, no se puede transigir con la ética humanista más elemental ni promover la especulación, que lleva al colapso de los mercados y trae hambre a los pueblos. Peor aún: que toleremos la fuga de recursos hacia paraísos fiscales.

Nuestro modelo de educación, para los países del Sur planetario, debe ser ético, respetuoso del ambiente y solidario con la sociedad. Debe propiciar un compromiso que no sacrifique los derechos sociales y ambientales ni la autonomía que necesitan las aulas para ser creativas. Además, la educación nuestra debe propender a la innovación y calidad total, es decir, excelencia educativa en todo el territorio y en todos los niveles. Porque no podemos esperar profesionales de primera sin la misma calidad en la educación inicial y básica. (O)

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