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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

¿Cómo vota un elector optimista?

20 de octubre de 2016 - 00:00

Hablar de un elector optimista es precisamente referirse a la parcialidad o vicio del optimismo, que es una ilusión cognoscitiva muy estudiada, pues 80% de las personas la tenemos.

Tenemos la tendencia a sobreestimar la probabilidad de experimentar buenos eventos en nuestras vidas y subestimar la posibilidad de que ocurran malos eventos. Pongámoslo de esta manera: siempre pensamos que no nos va a dar cáncer o tener un accidente de tránsito, pues eso les ocurre normalmente a los vecinos. Y casi siempre sobreestimamos nuestra longevidad, nuestra proyección de carrera profesional. En otras palabras: somos más optimistas que realistas, no estamos conscientes de los hechos.

Tomemos el matrimonio, por ejemplo; en el mundo occidental la tasa de divorcio es alrededor del 40%. Pero cuando preguntan a los recién casados la posibilidad de su divorcio, la respuesta es cero. Y no me van a creer, pero hasta los abogados especializados en divorcios -que deberían conocer mejor estos hechos- subestiman mucho su propia posibilidad de separación matrimonial. Parece que los optimistas no tienen menor chance de divorciarse, pero sí de volverse a casar, lo cual, en palabras del filósofo Samuel Johnson: “Volverse a casar es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia”.

Los optimistas son gente que espera lo mejor en el futuro y la anticipación de este resultado engrandece su bienestar actual. De hecho, si no tuviéramos el vicio del optimismo, estaríamos algo deprimidos la mayor parte del tiempo. La gente que tiene muy poca depresión no tiene parcialidad acerca de cómo ven el futuro. Ellos son más realistas que los individuos saludablemente más optimistas. Pero los que más se deprimen tienen un muy severo vicio de pesimismo, esperando que les pase lo peor de todo.

Puesto en esta perspectiva, podríamos apreciar que, en política, el optimismo cambia la realidad subjetiva, de una manera que esperamos que el mundo (nuestro país y gobierno) cambie en la forma como lo vemos. Pero necesariamente tendría que cambiar la realidad objetiva. Y qué bueno, pues la investigación nos indica que el optimismo guía hacia el éxito en la academia, en los deportes y en la política. Y probablemente llene una clara profecía de buen vivir para todos. Y esa es una de las razones por las cuales tener bajas expectativas no nos hace felices. En experimentos controlados se ha descubierto que el optimismo no solamente está relacionado con el éxito, sino que nos hace más saludables. Si esperamos que el futuro sea brillante, el estrés y la ansiedad tienen que ser reducidos.

Sin embargo, tanto en la vida cotidiana como en la política, todos nos ponemos con expectativas y habilidades superiores a las del resto.  Nuestro movimiento político tiene la razón y la verdad, y debe ganar. Eso es estadísticamente imposible. No podemos ser mejores que el resto del mundo. Pero si creemos que somos mejores que el tipo que está a nuestro lado, es posible que consigamos la promoción que andamos buscando, y tal vez no nos divorciemos, pues somos más sociables y más interesantes que los otros. Y así es como piensa la gente.

Y esa parecería ser la solución: ser optimistas. Pero surge la pregunta: ¿Cuán bueno es para nosotros? Alguna gente cree que el secreto de la felicidad es tener bajas expectativas, de tal manera no se sufrirán decepciones. Así que cuando algo bueno suceda, realmente seremos muy felices. Me temo que esa es la manera como estamos enfrentando la jornada electoral. Solo que los candidatos no hacen mucho para llenar las expectativas. (O)

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