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César Paz-y-Miño

Ciencia offshore (I)

09 de septiembre de 2017 - 00:00

Offshore es trasladar un recurso o proceso productivo a otro país, donde por lo general enfrentará menores costos y presión legal, menos cantidad de normativas gubernamentales, reducción de inversión, ocultamiento del propietario de determinados bienes, u otros beneficios con lucro. En ciencia ocurre algo similar.

Los países científicamente poderosos se han nutrido de materia prima para investigación, por parte de países en vías de desarrollo; han saqueado recursos, especímenes, muestras, datos, conocimientos ancestrales, etc., aduciendo poca ciencia y rigurosidad, y en complicidad con los ‘nativos’. Países como Ecuador han incidido también para que ello ocurra: poca inversión en ciencia, trabas burocráticas, leyes y normas casi imposibles de sortear, al punto que parecería que estamos de acuerdo con ser neocolonia de la ciencia desarrollada.

Las leyes ecuatorianas, al exigir a las universidades elevar su actividad científica, provocaron un fenómeno grave. Sin importar la profundidad de las investigaciones, sino el número de las mismas, empujaron a las instituciones a realizar investigaciones offshore, es decir, consumar convenios con el extranjero. Seguimos proveyendo muestras, ideas y trabajo barato a cambio de que, en el mejor de los casos, se respete a los investigadores como parte de los coautores en publicaciones científicas, generadas por los poderosos en ciencia. Pocas veces somos dueños de patentes y descubrimientos.

Al analizar datos sobre el tema, encontramos que en el país, entre el 60 al 80% de trabajos científicos son en colaboración, lo cual parece loable. Pero al analizar el origen de las publicaciones desde Ecuador y sobre Ecuador, la proporción es terrible: producimos el 10% de todas las publicaciones; el resto nos la hacen.

Este tipo de actividad científica offshore significa que los beneficiarios directos de los conocimientos, de los financiamientos, del prestigio científico, siguen siendo los dueños de la ciencia internacional. Lo peor es que algunos científicos y dirigentes de la ciencia nacional creen que tal política es correcta, pues así ‘rankiamos’ en el puesto 71, entre 239 países del mundo (2016). Esto es un engaño público y antiético.

Investigadores ecuatorianos trabajando con recursos nacionales y con ideas ecuatorianas, los ‘puros criollos’, producimos poca ciencia de impacto; nos la producen afuera. Necesitamos por tanto fortalecer el sistema nacional de ciencia y tecnología, sincerarlo y no fantasear ante la opinión pública, pensando que hemos transformado la ciencia ecuatoriana. (O)

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