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Antonio Quezada Pavón

Cambiar los paradigmas educativos

24 de noviembre de 2016 - 00:00

Todos los países están reformando sus sistemas educativos, especialmente públicos. Hay dos razones para ello. La primera es económica y se refiere a encontrar la forma de educar a nuestros jóvenes para que ocupen su lugar en las economías del siglo 21. Pero lamentablemente ni siquiera podemos anticipar cómo lucirán las economías mundiales la próxima semana. La segunda razón es cultural, pues todas las naciones están figurando la forma de educar a los jóvenes para construir un sentido de identidad que puedan heredarlo a las siguientes generaciones de sus comunidades, pero siendo parte de la globalización.

El problema es que queremos alcanzar el futuro haciendo lo mismo que hacíamos en el pasado y en este proceso estamos alienando a millones de chicos que no hallan el propósito de ir a las universidades. La creencia era que si se trabajaba duro, se obtenían buenas notas y se graduaba, se conseguía un buen trabajo. Ahora nuestros muchachos no creen en eso. En su futuro, un título universitario no es garantía de un trabajo, especialmente si consideramos que en este proceso se marginaliza lo que ellos creen que es importante.   

Lo que no aceptamos es que el sistema educativo actual fue diseñado, concebido y estructurado para una época diferente. Fue concebido en la cultura intelectual de los ilustrados y en las circunstancias económicas de la Revolución Industrial. Antes del siglo 17 no había sistemas de educación pública. Había universidades de los jesuitas, disponibles para quienes tenían el dinero para pagarlas. Los sistemas de educación pagados por los impuestos de los ciudadanos, disponibles para todos, fue una idea revolucionaria, que muchos la objetaban, pues consideraban que beneficiar de una educación superior a las clases humildes, que casi no sabían leer y escribir, era un desperdicio. Lo cual hacía que la educación superior se ligue a una asunción de estructura social y capacidad económica.

Y estaba motivada por un imperativo económico que asumía un modelo intelectual de la mente basado en capacidades de razonamiento deductivo y el conocimiento de los autores clásicos. Es lo que llamamos habilidad académica, que originó que haya una clase de gente académica, muy inteligente; y otra clase no académica, no muy inteligente. Y la consecuencia de esto es que mucha gente brillante ha sido segregada. Este modelo educativo tradicional, económico e intelectual, lo único que ha provocado es caos. Algunos se han beneficiado, pero muchos han sido realmente perjudicados. El sistema educativo está modelado en el interés del industrialismo y a su semejanza, y las universidades están organizadas como líneas de producción: separadas en departamentos y segmentadas por grupos de edad. Hay que cambiar el paradigma e ir en una dirección opuesta. Y la nueva trayectoria podría llamarse pensamiento divergente, que no es lo mismo que creatividad, que es el proceso de tener ideas originales que generen valor. El pensamiento divergente es la capacidad fundamental de la creatividad. Es aquella capacidad de generar una multitud de respuestas posibles a una pregunta.

Lamentablemente el pensamiento divergente está modificado por la forma como impartimos educación, la cual la deteriora. Y la realidad es que debemos pensar diferente acerca de esta capacidad humana. ¿Qué es lo que somos? Académicos, abstractos, no académicos, teóricos. O somos en realidad un mito. De hecho, eso es lo que parecería estar en nuestros genes de la educación. La mayor parte del aprendizaje sucede en grupos, en consecuencia, la colaboración pensamos que es la esencia del crecimiento. Y está fuertemente relacionada con la cultura de nuestras instituciones: los hábitos de estas organizaciones y el hábitat en el que se desarrollan. Esto ya no funciona así. Hay que cambiar el paradigma. (O)

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