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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Aventuras urbanas en la calle

02 de agosto de 2017 - 00:00

Manejo por la Avenida de la Prensa. En una parada de Corredor Central un hombre joven parece regresar a la casa después de haber hecho un par de compras domésticas en la vereda de enfrente. Lo separan unos diez metros del semáforo y la zona de seguridad para los peatones, pero tal vez le da pereza, y por eso camina parsimoniosamente por una zona que no es de protección hasta que lo detiene, físicamente, la valla de la parada del servicio de transporte.

Entonces, en lugar de avanzar los diez metros hasta que la valla se termine y cruzar por el semáforo, trepa por los tubos de metal, con su botella de refresco y su funda de pan, avanza por el corredor de peatones, trepa la otra valla, avanza por la vía del bus articulado (por suerte no viene ni va ninguno), vuelve a trepar por la siguiente valla del corredor de peatones en dirección contraria y ya debo irme por el cambio de luces antes de que repita su ‘práctica’ operación en la valla que le falta.

Me pregunto: ¿tal vez esté inconforme con su existencia? ¿se cree invulnerable? ¿practica alguna especie de nuevo deporte? Posiblemente sea un padre de familia, o un hijo que todavía vive con sus padres, o no sé. No debe tener siquiera treinta años. ¿Qué pretende? ¿Por qué anda así por una calle que le ofrece posibilidades de hacerlo con más seguridad? Es verdad que Ecuador es un lugar donde la gente conduce un vehículo como si no le importara nada, o como si pensara que la licencia para conducir, del tipo que sea, equivale a portar una licencia para matar. Pero los que caminan no andan muy lejos de ese mismo nivel de inconsciencia. Y es peor, porque ni siquiera se dan cuenta de que en caso de un accidente en donde se vea involucrado un automotor, los que más la llevan de perder son ellos y ellas.

Se ha visto, en ocasiones, y a la luz del día, la patética escena de un puente peatonal sobre el cual un perrito callejero cruza tranquilamente de una vereda a otra de cualquier avenida concurrida, mientras por la calle en donde los vehículos van a velocidad (confiados en que la gente sabe para lo que sirve el puente peatonal), una familia completa: padre, madre, dos hijos pequeños, tal vez un tercero en camino, se empeña en tentar al destino.

Mucho nos falta crecer como ciudadanos, al volante y a pie. No entendemos el uso del semáforo. Aunque sabemos para qué son las zonas de seguridad peatonales, de la pura rebeldía nos paramos dos metros adelante o dos metros atrás. Arriesgamos la vida como si tuviéramos cuatro o cinco de repuesto. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Tan poco la valoramos?

Con razón nos engañan como a niños en cualquier elección importantísima. (O)

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