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Lucrecia Maldonado

Apología de la chancleta

12 de octubre de 2016 - 00:00

Las redes sociales hablan mucho de la naturaleza humana, y más que nada de los aspectos sombríos de esa naturaleza, disfrazados de ‘reflexiones’ y ‘chistes’ que pretenden ser muy sabios e ingeniosos, pero que no hacen más que demostrar cuán violentos, primitivos y autoritarios seguimos siendo a estas alturas de la supuesta evolución humana.

Y hablo porque de un rato a otro la ‘chancleta’ se ha vuelto famosa. Casi un objeto reverencial, de culto. Un fetiche, diríamos.

Sucede que este objeto (que en nuestro medio no ha sido de uso tan frecuente como en otras latitudes, entonces es un objeto análogo a la correa, al chirlazo desnudo o al cordón de la plancha, capaz no al palo de escoba porque ese ya es rígido y duro…), o mejor dicho, su uso ‘alternativo’ ha sido una fábrica de buenas personas, ha sembrado el mundo de bondad, disciplina, obediencia y otras buenas costumbres en varias generaciones.

Estos comentarios, memes y posts de toda laya también se refieren despectivamente a la terapia psicológica, al diálogo, a la aplicación de consecuencias no violentas y a la reflexión. Si bien todo es en tono de chiste, estos ‘desprestigios’, entre otras cosas revelan ignorancia y tozudez. Y se hace obvio que estas personas jamás han hecho media hora de terapia, ni la harán, aunque también es bastante obvio que necesitan por lo menos unos cuatro o cinco años.

Porque una cosa es la aplicación de límites y de consecuencias para los menores tanto en el hogar como en la escuela, y otra muy diferente, y mucho más cuestionable, la aplicación de la violencia física como método educativo infalible. Porque también se sabe que hay padres y madres que aplican a sus hijos el castigo físico no para corregirles, sino para desahogar sus frustraciones en alguien que no se puede defender.

Basta con ver la diferencia de tamaño y peso entre un padre o una madre y un niño castigado para darse cuenta de que es un acto, para comenzar, cobarde, si no cruel e incluso con un matiz de sadismo. Y cabe preguntarse: ¿conocen los defensores de la chancleta y similares el nivel de maltrato infantil que existe en nuestro país? ¿Saben acaso cuántos niños llegan a clínicas y hospitales con fracturas inexplicables, esguinces ‘milagrosos’ y otras lesiones que, al preguntar cómo sucedieron, reciben un invariable ‘no sé’ paterno o materno como respuesta, cuando no una censura más al niño o niña, acusándolo de travieso, de marimacho, de desobediente…?

Es esta misma mentalidad la que sostiene que a las mujeres hay que tratarlas mal para que se ‘porten bien’ (léase para que sean sumisas a sus hombres), o que a los trabajadores sencillos no hay que darles demasiados ‘privilegios’ porque se mal acostumbran. O que hay que golpear y atar a los animales porque así no molestan y obedecen las órdenes de sus amos.

Cabe una pregunta más: sobrepasando el daño psicológico, ¿conocen los defensores del maltrato infantil cuántos niños sufren lesiones permanentes o mueren ante el fanatismo castigador de sus padres? Muchos dicen que así les educaron a ellos y que son buenas personas, responsables, etc., etc., etc… Sin darse cuenta que su misma apasionada defensa de la violencia física con quien no se puede defender está demostrando que no son tan buenas personas como piensan, para no tener que hablar de las otras cualidades de las que se jactan los maltratadores. (O)

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