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El Telégrafo
Aminta Buenaño

Amigas entrañables

04 de agosto de 2017 - 00:00

A Regina. Era ciudadana por derecho propio del país de mi infancia, su risa despeñada y loca rebotaba en las piedras e iba a caer en el río en el que mojábamos nuestros pies desnudos mientras los pájaros se asustaban de nuestros gritos y la luna nos miraba acusadora llamándonos a casa. Cuando escuchábamos música acostadas en la tierra con tallos de yerbas en la boca y el cabello lleno de flores mirábamos hipnotizadas aquel océano flotante con islotes porosos en donde vivían nuestros sueños, historias perfectas de amantes, de aparecidos y muertos.

Su cuerpo de finas orejas era el auditorio perfecto para mis primeras poesías y relatos inverosímiles. Jugábamos y peleábamos como leonas por una presa, discutíamos por tonterías y a los dos minutos nuestros cuerpos enhebrados hablaban de una amnesia infantil refrescante que nos hacía las mejores amigas del mundo, las más sinceras y las más diáfanas. Fuimos juntas a la escuela y en la adolescencia surcamos el vendaval de hormonas que nos hacía enamorarnos de cada chico, ir a fiestas disco y tirarnos de los pelos por la incomprensión de nuestros padres ante nuestras furiosas demandas de autonomía. Asistimos a nuestras bodas y las cartas de la vida, con su saga absurda de inconsistencias y reclamos, puso un océano y un continente de por medio.

Pero cada vez que nos vemos, muy de tarde en tarde, asistimos alucinadas a la regresión cuántica de volver a ser las mismas niñas exactas que fuimos, con las rodillas raspadas y el corazón en la mano de tanto jugar en recreo (fuimos niñas sin celulares), con el pasado que vuelve con más intensidad que el presente coloreado por la memoria de las emociones y estalla en ese coro de gritos, rechiflas y risas adolescentes que hace que cualquier camarero de la cafetería de siempre se acerque, receloso y alarmado, ante el escándalo de feria, a solicitar, ¡por Dios, un poco de compostura a las señoras, por favor!

(El 30 de julio pasado se celebró el Día Internacional de la Amistad que fue consagrado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como tal, un 3 de mayo de 2011.

No sé por qué la amistad como valor de cohesión social pasa tan desapercibida en este mundo posmoderno y fragmentario. No hubo frases, ni artículos o ritual alguno que recordara este sentimiento que enhebra a las personas y que contribuye a la reconciliación y a la paz. La amistad, que el padre de la filosofía, Aristóteles, proclamó en su Ética a Nicómaco, como una virtud suprema y el mayor de todos los bienes, necesaria para nuestra supervivencia, puesto que el hombre es un animal social. Aristóteles destaca que nadie puede amar a sus amigos si no se ama a sí mismo, puesto que el malvado está en guerra permanente consigo mismo y no puede dar lo que no tiene.

El gran poeta argentino Jorge Luis Borges resaltó el valor de la amistad: “Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, mas otras apenas vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos”. O el contundente resumen del escritor Mario Puzo: “La amistad lo es todo. La amistad vale más que el talento. Vale más que el gobierno. Vale casi tanto como la familia”. O la frase de Hubbard: “Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”. O la concluyente del poeta Jorge Guillén: “Amigos. Nadie más. El resto es selva”.

Gracias, queridos amigos y amigas por su amistad. (O)

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