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Juan J. Paz y Miño C.

Ablandar a Lenín

15 de mayo de 2017 - 00:00

Bajo la presidencia de Rafael Correa, la Revolución Ciudadana marcó un nuevo ciclo histórico en la vida republicana del Ecuador. En una década se afirmaron una serie de procesos, entre los que cabe destacar: nuevo constitucionalismo; democracia; reinstitucionalización del Estado, de sus funciones y aparatos; incremento de las capacidades
estatales en obras públicas y servicios; economía social que superó el modelo empresarial/neoliberal; potenciación de la educación pública, salud/atención médica, seguridad social y reducción de la pobreza, que son logros altamente valorados por organismos internacionales; sistema tributario basado en la redistribución de la riqueza y refuerzo a los impuestos directos; renovación de valores, conceptos y acciones sobre la vida política, que desplazaron al partidismo y al movimientismo, que fueron protagonistas del pasado inmediato. Durante una década, en sucesivos procesos electorales, el gobierno del presidente Correa contó con el respaldo del mayoritario sector progresista y democrático de la sociedad.

Los procesos consolidados durante la pasada década, indudablemente también provocaron el alineamiento opositor de una serie de fuerzas, cuyos intereses estuvieron cada vez más polarizados contra las políticas y acciones del gobierno de Correa. Destacan allí los partidos y la clase política tradicionales; las elites empresariales ligadas a las cámaras de la Producción; una serie de medios de comunicación privados; un sector del ideologizado izquierdismo marxista; y el imperialismo, eje de las estrategias internacionales contra los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda en América Latina.

El triunfo electoral de Lenín Moreno evitó el retorno al poder del Estado de sectores que anhelaban el desmontaje total del “correísmo”; de tal manera que la continuidad de la Revolución Ciudadana cabe entenderse, de una parte, como el mantenimiento de aquellos procesos ya consolidados durante una década; y de otra, como la introducción de las reformas necesarias para profundizar el camino ya trazado.

Es evidente que el nuevo gobernante marca otro estilo y un nuevo tipo de liderazgo. Lenín Moreno ha anunciado el compromiso de “tender puentes” con todos los sectores sociales. Sin embargo, ese acercamiento tampoco implica ceder ante planteamientos que apuntan al cambio radical de la economía para el retorno del modelo empresarial/neoliberal; o ante las propuestas de flexibilidad laboral, que pretenden arrasar con los derechos de los trabajadores. Tampoco será fácil tratar con aquellos dirigentes identificados con la ultraderecha y que paradójicamente ocupan liderazgos entre los movimientos sociales como el indígena o el de los trabajadores.

Pero también merece cuidado cierta campaña ideológica que apunta a “ablandar” al presidente Moreno: magnifica su nuevo estilo, su espíritu conciliador y dialogante; pero esconde otra estrategia: detener el continuismo, frenar los cambios, y desviar las intenciones. Después podrá decirse que el “diálogo” no ha servido y que Lenín ha defraudado las demandas de la “ciudadanía”. (O)

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