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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Unos son terroristas. Y los otros son peores

26 de octubre de 2017 - 00:00

En una caverna italiana hay una pintura de hace catorce mil años. Allí, un hombre amarrado y de rodillas, espera el golpe mortal de un garrote que esgrime el verdugo. Es el primer documento pictórico de la aplicación de la pena de muerte.

Y es increíble que todavía haya gente con la misma mentalidad de aquel tatarabuelo lejano y asesino de la edad de las cavernas. Estas personas argumentan que la pena es un elemento disuasorio, pero desconocen estadísticas que muestran que la pena de muerte no rebaja los delitos. Charles Dickens cuenta que, cuando en Inglaterra se ahorcaba en público a los ladrones, asistió a una ejecución de un reo que había robado una billetera. Aprovechando la multitud, que observaba el ritual de muerte, muchos carteristas hacían de las suyas y robaban sus billeteras a los espectadores embelesados.

Además de inútil, la pena de muerte puede ser un horrendo crimen. En 1944, George Stinney, un niño negro norteamericano de 13 años fue acusado de matar a dos niñas casi adolescentes, con una barra de hierro que pesaba casi tanto como él. A todas luces era imposible y testigos señalaron que el niño había pasado en casa, haciendo deberes.

Torturado, firmó una declaración de culpabilidad. Lo condenaron a la silla eléctrica tras una deliberación de diez minutos. Y era tan niño, que para que alcanzaran los electrodos a su cabeza, lo tuvieron que sentar en la Biblia que el sacerdote le acababa de leer. Hace poco, 70 años después, el gobierno norteamericano pidió perdón a sus familiares porque reconoció su inocencia.

Y a esta hora, mientras usted lee esto, es posible que el gobierno de Arabia Saudita haya matado a 14 hombres en una sola sesión. Ninguno de ellos está acusado por actos de violencia. Su crimen ha sido, en algún momento, firmar documentos en los cuales defienden la democracia o proponen igualdad de derechos de la mujer y rechazan distintas prácticas machistas.

Entre ellos está Munir Al Adam, que es sordo total y parcialmente ciego. Otro condenado es Mujtaba´a Al-Sweikat, de 17 años y capturado en el aeropuerto cuando viajaba a la Universidad de Michigan en los Estados Unidos, donde iba a iniciar sus estudios. Se le acusó de defender la democracia y fue sometido a brutales torturas que lo dejaron paralítico de un brazo.

El mundo se horroriza y, con razón, cuando ISIS corta cabezas. Con el mismo método el gobierno de Arabia Saudita asesina a sus prisioneros. Los unos son terroristas. Y los otros, gobernantes.

En ajedrez no hay asesinos buenos o malos. Todos son peores.

*Haga click en la imagen para agrandarla

Izquierda: George Stinney, niño inocente llevado a la silla eléctrica. Centro: Munir Al Adam, sordo, casi ciego, condenado a muerte. Mujtaba´a Al-Sweikat, de 17 años, perdió un brazo en las torturas. También, condenado a muerte. Ambos, acusados de apoyar la democracia y la igualdad de derechos de las mujeres.
Fotos: Internet
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