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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Navidad, Navidad…¡Qué lindo es robar!

15 de diciembre de 2016 - 00:00

El mundo está lleno de historias. Nos visita en este momento un nutrido y selecto grupo de escritores norteamericanos. Y uno de ellos me contó una historia que se la escuchó a un amigo, acerca de lo que le sucedió a otro amigo… Y fue en una navidad.

La situación económica no podía ser más crítica en aquella familia norteamericana. En esa casa, decían, hasta los ratones habían emigrado porque bajo su techo no sobraba nunca una miga de pan. Y las luces de los arbolitos de navidad, titilando detrás de los cristales de los vecinos, aumentaban la pesadumbre de la escasez en época del consumismo y de jolgorio. Lo único que tenían para la época de fiestas era, también, un arbolito de navidad, pero sin luces, porque había que ahorrar cada centavo. Y regalos, ni pensar en aquello. El padre, acorralado por deudas y sin trabajo, le habló de hombre a hombre a su hijo mayor, que tenía entonces 14 años y le dijo lo que todos, hasta los más pequeños ya sabían. La noche de navidad habría una sopa de zanahoria y eso iba a ser todo. Y el desayuno del día siguiente, tortillas de zanahoria con café negro. Y los regalos tendrían que esperar algunos meses.

Llegó la noche de navidad. Sopa de zanahoria, y todos a la cama, temprano, respirando la pesadumbre. Pero el milagro sucedió a la hora del desayuno. Sí: era lo prometido: tortillas y café negro. Pero bajo el árbol de navidad, había paquetes primorosamente envueltos, con colores brillantes y enormes lazos.  Todos terminaron el desayuno con prisa y corrieron a abrir los regalos que nadie entendía cómo habían llegado allí.

El primero fue el de la madre. Era una caja enorme. Adentro solo había un viejo chal que alguna vez ella se puso, y que llevaba un tiempo sin ver.  El regalo del padre era un martillo roto, que hacía días no encontraba en el cuarto de herramientas. Los regalos de las hermanitas eran unos pocos lápices de colores, a medio usar, y un cuaderno de dibujo que alguna vez habían pintado hasta la mitad. Y así, cada uno abrió su regalo en medio de las risotadas y la algarabía, cuando encontraba un objeto que estaba perdido hacía algún tiempo.

El hijo de 14 años había venido robando y escondiendo estos objetos para usarlos como regalo sorpresa el día de navidad.

Muchos años después, aquella familia, por suerte, ya vivía una época de feliz solvencia, sin limitaciones económicas. Y todos recordaban, con los ojos húmedos, aquella navidad como la mejor, y en la que con más fuerza se habían abrazado.

En ajedrez, también, la imaginación puede salvarnos:

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