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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Nadie se acuerda de Don Tomás

12 de enero de 2017 - 00:00

Hubo un hombre grande al que nadie menciona, y que apenas tiene una estatua en algún lugar de lo que fue la Alemania Oriental. Era un personaje religioso, había nacido 500 años atrás y se llamaba Thomas Müntzer.

Cuando El Papa León X creó las indulgencias para recaudar dinero y construir la Basílica de San Pedro, Lutero, un frailecito alemán, sin mayor importancia, se encrespó. Dijo que los pecados solo los perdonaba Dios, y que aquello era apenas un negocio. Resultado, la iglesia se dividió para siempre.

Y después apareció en escena Müntzer, pero más radical que Lutero, con quien simpatizaba en un principio. “No eres más que un farsante, ambicioso de poder, como el que otros tienen en Roma”, le decía a Lutero. “Nunca has escrito una sola palabra contra lo injusto que es la existencia de ricos y de pobres.” Y más adelante le decía: “No te importan los pobres. Solo los libros sagrados que los has convertido en un fetiche.”

Thomas Müntzer se convirtió en el predicador más vertical y fogoso contra las jerarquías y las injusticias. En uno de sus más famosos sermones, proclamó: “Los ricos condenan con la horca cuando un pobre toma leña de sus bosques para no morir de frío, y olvidan que los pobres existen porque los ricos se han apropiado de su trabajo.  Ellos se burlan del mandamiento ´ No robar´, y despellejan y despluman a todo aquel que se cruza en su camino. Y la iglesia guarda silencio porque se beneficia de todo esto.”

Esto lo decía hace 500 años y los campesinos lo escucharon. Al final organizó un ejército de más de 6000 campesinos armados de azadones, guadañas, y rastrillos que pretendieron enfrentar ejércitos poderosos de príncipes que se habían aliado con sus cañones y fusiles.

Y llegó la batalla final en Frankenhausen. Tras las primeras escaramuzas, el vocero de los príncipes propuso una rendición, para evitar una masacre y un sacerdote y otro noble que acompañaban a los campesinos, propusieron aceptar pero Müntzer ordenó degollarlos. “Acá no se rinde nadie. Dios está con nosotros.”

Para desgracia, la bandera campesina tenía los colores del arco iris. Y en ese momento apareció el arco iris sobre el horizonte. Tomada como señal divina de apoyo, todos empezaron a cantar un himno religioso, pero fueron interrumpidos por los primeros cañonazos que no dejaron a nadie vivo. Fueron más de 6.000 muertos. De los ejércitos de los príncipes, hubo solamente cinco. Muntzer fue capturado, azotado, torturado y decapitado enseguida, a sus 35 años. Y hoy apenas lo recuerda una estatua.

En ajedrez no hay espacio para la injusticia. Pero tampoco para la misericordia.

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