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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

La historia la contó La Condamine

02 de marzo de 2017 - 00:00

Cuando algunos dicen “sexo débil” para referirse a la mujer, no tiene idea de quién fue una guayaquileña llamada Isabel Grandmaison que cuando era una niña se fue a vivir a Riobamba. Allí, por esas cosas del destino, conoció a Jean Godin, un astrónomo francés de la misión geodésica, y se casó con él antes de cumplir los catorce años.

La pareja vivió en Riobamba hasta que Godin decidió regresar a Europa a reclamar la herencia de su padre. Emprendió el camino por el oriente, para llegar al extremo de la Amazonía, en la costa del Brasil. Isabel lo pudo acompañar apenas un trecho, porque enfermó en el camino, quedó en embarazo, y dio a luz a una niña. Jean Godin continuó su ruta en dirección al inalcanzable Oceáno Atlántico, por selvas imposibles. Isabel regresó a Riobamba. La pareja nunca volvió a tener contacto.

Así transcurrieron 18 años en los cuales Isabel vio morir a su hija y siguió enviando y esperando cartas que nunca llegaron. Un hermano suyo, monje, le dijo que un cura jesuita le traía una carta de su esposo Jean Godin. Pero el cura nunca llegó. Isabel emprendió el viaje en una canoa por la selva, acompañada de algunos indígenas y dos hermanos que querían viajar a Roma, a educar a sus hijos. Al poco tiempo, uno de los indios se ahogó y los otros huyeron dejándola sola, con sus dos hermanos.

Los viajeros llegaron a Iquitos, Loreto, Tabatinga, y a otros poblados perdidos en la espesura desafiando el hambre, los animales,  y todo tipo de peligros. Pero el grupo familiar empezó a verse diezmado. La fiebre mató a uno tras otro y el sueño de encontrar a Jean Godin, el esposo, al otro lado de la Amazonía, parecía imposible. Ya sola, en la mitad de la selva, quedó Isabel Grandmaison, hambrienta, con la ropa deshilachada, después de haber enterrado uno a uno a todos los que la acompañaron en la odisea.

Al final le quitó los zapatos a su último hermano muerto, para poder caminar en la espesura, siempre en dirección al oriente. Y logró lo imposible: Después de más de cuatro mil kilómetros por la selva, llegó hasta Cayena, actual Guayana Francesa, donde su esposo la seguía esperando. Apenas pudieron reconocerse por la voz. Tras mil peripecias más, emprendieron el viaje a Europa y allí murió, años después, en el silencio y el anonimato, la guayaquileña Isabel Grandmaison. Y su historia sería desconocida si Carlos María de la Condamine no la hubiera narrado ante la Academia Francesa de Ciencias, para asombro de todo el mundo.

En ajedrez también, el sacrificio de la dama es algo memorable

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