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Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

“Hueles, y no a ámbar”

24 de agosto de 2017 - 00:00

Eso es lo bello de los libros clásicos: que se escriben para siempre. En algún episodio de El Quijote, Sancho, muy asustado, llega a tal grado de pavor, que no puede controlar lo que sucede con su estómago. Eso hace que el noble hidalgo se tape la nariz y, con su fineza inigualable, le diga a Sancho: “Hueles, y no a ámbar.”

Se podría decir lo mismo de otros Sanchos del mundo actual que aroman, y no ámbar. Y también, qué curioso, de otros tiempos, pero no por corrupciones o miedos colectivos, aunque podría ser, sino por razones del clima.

Sucedió en Londres, en 1858. Se acaba de publicar “Un Verano Caliente: El Gran Hedor”, un libro que narra lo que sucedió en tan aristocrática ciudad en ese año. Sus dos millones de habitantes tuvieron que soportar el verano más caliente, con temperaturas de 35 grados a la sombra. Y la enormidad del río Támesis no era suficiente para evacuar todos los desperdicios humanos. En más de una ocasión, los miembros del Parlamento salieron corriendo de la sala de reuniones con pañuelos presionados a la nariz, pero no por la calidad de los asuntos que trataban, sino por los aromas que subían desde las aguas del Támesis que lamían las paredes del mismo Parlamento.

Pero no solo era una temporada caliente. Era una época loca, en la que Inglaterra se movía en el umbral tramposo del modernismo y de la superchería. Se había construido el trasatlántico más grande del mundo, pero en el mundo entero no existía ningún puerto tan grande que pudiera recibir a esa monstruosidad de la soberbia babilónica. El moderno sistema de suministro de agua consistía en ruedas que bombeaban el líquido desde el Río Támesis a distintos lugares de la ciudad, con lo que los habitantes bebían sus propios desechos. A la vez, un médico, John Snow advertía que los gérmenes que se hallaban en el agua podían originar el cólera y otras enfermedades, pero sectores de la iglesia le respondían que Dios no había hecho animales tan pequeños.

Dicen que los mares y los Parlamentos del mundo se parecen al río Támesis del siglo XIX: que ya no soportan tanto desperdicio humano, mientras sube la temperatura, aunque -- es una pena--,  no tanto la indignación.

Si el Quijote, tan citado por algunos y tan poco leído, regresara, diría: “Algunos tipos y estos tiempos huelen, y no a ámbar.”

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