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Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

¡Cuidado con los asaltantes!

02 de febrero de 2017 - 00:00

Dicen que para conocer de verdad una ciudad hay que visitar un hospital público, una cárcel y un manicomio. Pero también afirman que ya no hay que ir a manicomios porque los locos están libres. Basta mirar la forma en que algunos conducen los autos, o distintas concentraciones masivas, y está claro que la mayoría de los locos están o estamos afuera.

Un día, en Bentonville, un pueblo de Arkansas, conocí a alguien que se podría pensar que estaba loco. Era un jovencito con cara de angustia que me dijo que tenía hambre y me pidió una moneda. Le di algo de dinero, lo invité a una hamburguesa, y le pedí que me contara de su vida. Me respondió que no tenía trabajo y quería asaltar un banco. Que lo iba a hacer esa misma mañana. Y me señaló una oficina bancaria a 50 metros.

Incrédulo como soy, le pregunté por el armamento, por los autos, por los cómplices, por la logística del ataque, por la ruta de escape, por el dinero que esperaba obtener en el operativo. Y todo lo que hizo fue sonreírme, abrirse el enorme chaquetón, y sacar una hoja de papel y un esferográfico. Y nos despedimos. Claro que estaba loco.

Pero tres días después, aquel joven llamado Tomás, fue noticia para millones de personas. Había cumplido su palabra y, en efecto, había asaltado un banco. La mañana del operativo escribió una carta a su madre, pidiendo perdón. Al final, con letra temblorosa, decía “Deséame suerte. Espero no morir. Te quiero mucho.”

Y entonces se dirigió al banco. El cajero, un jovencito de gafas redondas, ni siquiera lo miraba. Levantó la vista cuando Tomás colocó su nota amenazante contra el cristal: “Esto es un asalto: Exijo que ponga un dólar (1,00 US$) en mi bolsa.”

El cajero, protegido por cristal blindado, pulsó la alarma y en tres minutos estuvo allí la policía, con un despliegue brutal de efectivos. Tomás esperó de pie, y un agente, desconcertado, tuvo que preguntarle tres veces si era él el asaltante.

Ante su afirmación, lo arrojaron al suelo y lo esposaron con las manos a la espalda.

“Tenía hambre y frío. No tenía nada para comer. Quizás la cárcel, con una larga condena, era mi salvación. Por eso asalté el banco.”, declaró Tomás.

Por lo pronto, el juez lo condenó a dos años de cárcel y le ha fijado fianza de 15.000 dólares. Los medios de comunicación transmitieron la noticia, burlones, como la nota chistosa del día.

A diferencia de la vida, en ajedrez ningún drama, ni propio ni ajeno, causa risa:

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