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Diálogo

Wilfrido Corral: Los excesos de la crítica se curan con nueva literatura

Wilfrido Corral: Los excesos de la crítica se curan con nueva literatura
09 de mayo de 2016 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado, Periodista

Wilfrido H. Corral desconfía de los críticos que son elogiados por su entorno. Para este literato guayaquileño, radicado en Estados Unidos desde los 15 años, la crítica debe ser un diálogo entre el autor y el lector de la obra. Desde la Academia, Corral ve cómo estas premisas se rompen cuando el crítico se preocupa más por exponer su pensamiento que por hacer un análisis de la obra, y más cuando utiliza un lenguaje burocrático. “No tan paulatinamente los excesos críticos están haciendo que casi todos los que se dedican a la crítica tengan que ser vistos como parte de una secta endogámica que aumenta más y más el empleo de un lenguaje secreto que solo ellos entenderán”, dice Corral en Condición crítica, libro de ensayos que se abre con una entrevista entre el autor y Marcelo Báez, iniciada tras una publicación en este suplemento cultural.

Corral es autor y editor de libros como Bolaño traducido: nueva literatura mundial (2011) y Cartografía occidental de la novela hispanoamericana (2010). Su Seminal Theory’s Empire (Columbia UP), en coautoría con Daphne Patai, fue reseñado en diarios como The Wall Street Journal y The Times Literary Supplement de Londres, que en 2005 lo escogió como Libro del Año en crítica y teoría. Christopher Domínguez Michael lo reconoce como “uno de los críticos más lúcidos y valientes de la literatura latinoamericana”. A pesar de eso, Corral no concuerda con la visión del crítico capaz de convertir todo lo que ‘critica’ en ‘oro’, como un Rey Midas en el terreno de la literatura.

Para este autor, las grandes revoluciones estéticas han sido aquellas que pudieron alterar la percepción en términos de lo que es el objeto literario, “porque nosotros, a la larga, somos lectores o somos espectadores”, dice. Por eso, piensa que la crítica que se gesta desde los periódicos es valiosa para un contexto en el cual se necesitan más lectores, más proximidad. En su reciente libro, Condición crítica, Corral aborda los problemas de la crítica actual.

Desde que empezó a hacer crítica literaria, su trabajó no se enfocó en el análisis de obras ecuatorianas. ¿Fue una decisión consciente no ser un ecuatorianista?

No. Fue parte de una evolución natural de mis intereses, tal vez tenga que ver con los cursos que cogí en la universidad, pues no había en esa época cursos dedicados a la literatura ecuatoriana. No había expertos en esta literatura, había gente que sabía un poco sobre ella, pero básicamente de la clásica: conocían la obra de Montalvo, Juan León Mera, Eugenio Espejo... Algunos sabían de contemporáneos como Jorge Icaza o Aguilera Malta, pero esos eran contemporáneos para ellos. Yo era más joven. No fue algo consciente no ser ecuatorianista, pero de eso era de lo que se disponía. A pesar de eso, mi tesis fue sobre Augusto Monterroso, un autor nada canónico, ni conocido, en esa época exiliado en México. Ahora, es un autor canónico pero a finales de los setenta nadie había trabajado sobre él y mi tesis fue el primer libro que abordó su obra. A pesar de ser guatemalteco, es universal. Lo que le pasa a un indígena cuando sufre, cuando su madre muere, cuando pierde a su familia es lo que le pasa a un blanco, a un negro, a un chino. Todo depende de cómo lo hagas. A mí me interesaba mucho cómo se transmitía esta humanidad en la literatura.

Pese a no ser ecuatorianista, sigue viendo la literatura ecuatoriana desde fuera. ¿Cómo la percibe? ¿Ha evolucionado desde la estética que manejó la generación de Benjamín Carrión, por ejemplo?

Bien que lo nombras. Él fue uno de los últimos universalistas en nuestro país. Obviamente hay otra gente ahora. Pero el punto es que todo aquello de lo que se ocupó él no era necesariamente ecuatoriano, aunque conoció a muchos de los actores importantes de los treinta, por ejemplo, y antes. Siempre trató de ampliar nuestras fronteras y eso es algo que todavía no se ve completamente, por lo menos en la crítica: esa necesidad de ir más allá, de no creer que estamos en el centro del mundo, porque la realidad es que somos excéntricos.

¿Por qué no se reconoce ese aporte?

Hay autores que buscan una expresión que cubra más mundo, pero fíjate que cuando lo hacen hay cierto ostracismo en torno a ellos, y estoy pensando en autores como Leonardo Valencia o Javier Vásconez; en poesía, Iván Carvajal, a quien considero tiene una poesía de gran calidad, buenísima. Ahora, ¿por qué no sale esa obra? La respuesta es mucho más compleja pues tiene que ver con la autopercepción de los autores, con el mundo editorial, con el mundo cultural y, como ha dicho el mismo Carvajal, con el apoyo institucional. Cuando se politiza todo, como ocurre especialmente en este momento (y no es el primer momento en que pasa), cuando todo depende del amigo, de la ideología, no apoyamos el talento verdadero. Hay otra cosa que influye, y tiene que ver con el problema de lidiar con los que están afuera, y en ello me incluyo. Por ejemplo, doña Lupe Rumazo es una escritora quiteña, una octogenaria que vive en Venezuela. Sus novelas de los sesenta son equiparables a cualquiera de esa época. Son como las del boom, en términos de la investigación, la complejidad de los personajes y las ideas. Es una obra superior. Hay que recuperarla. Y eso es algo que deben hacer especialmente las personas que se quejan de que no les prestan atención. ¿Por qué no empiezan a reivindicar a gente como ella?

En la revista Letras Libres escribió ‘Una crítica traducida y domesticada’. Allí señala uno de los problemas de la crítica latinoamericanista: que se trabaja con un corpus muy limitado. ¿Ve este síntoma en Ecuador? El crítico peruano Julio Ortega dijo, por ejemplo, en una entrevista con EL TELÉGRAFO, que hay que sacar al Ecuador del Ecuador…

La frase de Julio es facilista, pues también podría decir que hay que sacar al Perú del Perú, pero tiene razón. Hay un asunto de proporción: en términos de posibilidades, un país tan grande como Perú ofrece, institucionalmente hablando, mayores oportunidades que las entidades culturales ecuatorianas. Me consta porque conozco la institución y hasta me ha publicado un libro. Yo creo que se debe apoyar de todas las formas posibles a un organismo como el Centro Cultural Benjamín Carrión, por ejemplo. Es imposible que otras personas hagan lo que ellos hacen, y cuando alguien lo logra, es admirable.

En ese mismo artículo, habla del inglés como un filtro para validar obras literarias desde la crítica actual. Cita, por ejemplo, al argentino Walter Mignolo, cuando dice que “escribir en español, en este momento, significa seguir al margen de las discusiones teóricas contemporáneas”. Actualmente, la RAE lleva un proceso de defensa del idioma desde una visión panhispánica, considerando que el castellano es la única lengua que podría ir contra el poder avasallador del inglés. ¿Considera que esto podría cambiar el panorama o los filtros de valorización de las obras en castellano?

Mignolo hablaba en términos teóricos, decía que uno se ubica al margen de la teoría y es algo que me parece una completa tontería. Pero él lo dijo hace más de veinte años. Ahora, lo que podría llamarse ‘revolución lingüística’ tiene que aceptar los registros. En un momento, Cortázar la llamaba la ‘Irreal Academia de la Lengua’. Pero ahora, la Real Academia es una organización muy progresista, a pesar de que sus miembros son ya muy mayores, pero hay una apertura inmensa. ¿Cuál es el problema? Que esta apertura es vista por ciertos intelectuales de Latinoamérica como una renovación del imperialismo. Entonces, ¿en qué quedamos?, ¿en que los verdaderos revolucionarios solo van a aceptar el inglés como la lengua franca de la crítica o de la teoría?

Hace poco, el director de la RAE, Darío Villanueva, recibió un doctorado Honoris Causa en Loja. En el discurso que dio en aquella ceremonia, Villanueva criticaba que en la Academia estadounidense se estudia desde los ochenta una teoría literaria que asume a cualquier obra como un conjunto de vacíos que solo adquiere significado cuando el lector la interpreta. Para Villanueva, eso ha destruido la enseñanza de las obras del canon. ¿Cómo lo vive usted in situ?

Yo estoy del lado de él. Toda mi vida académica ha sido en Estados Unidos y esto lo he vivido en carne propia. Tal como decía en Letras Libres. Lo que pasó es el verdadero colonialismo, claro que hay excepciones, pero en términos generales pasa mucho con las generaciones más jóvenes, y yo no me considero un viejo que solo lee a Dámaso Alonso, sino que estas nuevas generaciones hacen caso omiso de todo lo que se ha hecho antes de ellos. Y de repente te das cuenta de que descubren la pólvora. Eso ocurre principalmente con la crítica que se hace en inglés sobre América Latina.

Parecería un poco desencantado con la crítica literaria, pues además del centralismo anglófono y de las modas, considera que se hace un manejo difícil del lenguaje.

Estoy desencantado, pero hay que poner eso en su contexto: yo no soy un lector típico, soy un lector especializado, en cierto sentido. Estudié mucha literatura, por eso en 2005 sacamos un libro en inglés sobre los excesos de la teoría. Hay un desencanto, sí, pero me salvan los desafíos de la literatura, porque toda esta literatura que hay ahora, de gente de los setenta, de los ochenta, es muy viva, es fascinante. Contribuye a tumbar por enésima vez la tontería de que la novela está muerta o que ya no hay cuentos buenos. Toda esta corriente parte extrañamente, y allí estaría de acuerdo con algunos críticos culturales, de que Borges no es un dios. Pero ¿cuántos podrán ser Borges? Yo no lo vislumbro en este momento. Bolaño ha sido toda una revolución y todavía viene mucho más, con todos los inéditos y póstumos que van a salir.

¿Y toda esta corriente de obras como la de David Markson con This is not a novel?

Yo leí a David Markson en inglés. Voy a sacar este año en Chile un libro sobre la gente nacida desde finales de los setenta en adelante, y como hablo en un capítulo de metaficción, leí a Markson. Hay una escritora mexicana, Cristina Rivera Garza, a quien le fascina Markson. Enrique Vila Matas también lo ha descubierto, y aunque se parece a su estilo, él hace una literatura superior, mucho más elaborada. Markson es bastante filosófico y juguetón. Garza ya había escrito sobre él porque lo leyó en inglés y de pronto en Argentina todos se volcaron a Markson cuando ya estaba en el aire. En este libro que estoy por publicar también arguyo, y no sé si le gustará a Vila Matas, que él es superior a Paul Auster. Escriben el mismo tipo de novelas, y, sin embargo, ha sido muy atacado porque se dice que se repite mucho, especialmente en las últimas tres obras, y es verdad. Vila Matas ha salido a su defensa, y eso me parece muy caballeresco. Es verdad, se debe defender a Vila Matas, no a Paul Auster, que es repetitivo. Enrique Vila Matas repite ciertas conceptualizaciones de la novela, pero es fascinante. Ahora acaba de sacar una novela que se basa en la película El año pasado en Marienbad. A lo que apunto es a esta insistencia en ciertos sectores intelectuales, de que si se descubre en Argentina o España es la gran cosa, cuando ya otros la han descubierto.

Usted sostiene que Roberto Bolaño ha influido en la literatura latinoamericana posterior. ¿Dónde se puede ver esa influencia y qué se ha renovado con él?

La influencia directa se nota por ejemplo en Diego Trelles Paz. La escritura del asesinato, de los escritores, es muy bolañesca. Tiene una gran influencia. Ahora, hablando de comercialización, en Nueva York la librería New Directions saca libros pequeños de escritores como Borges en los que pone una franja con una nota de Bolaño, esto es una gran ironía. Yo no quiero comparar a Borges con Bolaño, pero ahí te das cuenta de cómo interviene la comercialización: ahora se usa a Bolaño para hacerle propaganda a otro. Creo que más que influencia directa de Bolaño en la literatura, es notable su influencia en lo que debe ser un escritor, pues a él no le importaba otra cosa que la literatura.

¿Qué teorías literarias están de moda?

Extrañamente, está de moda, entre la crítica de ‘avanzada’ en Estados Unidos, un escritor francés que yo llamaría neomarxista y que es fascinante. Se llama Jacques Rancière. Es un autor que quiere hablar de la política desde la estética, cuando lo que se ha hecho hasta ahora es hablar de la estética desde la política.

Estoy simplificando el asunto, pero Rancière es alguien que se debe leer y no les interesa. Hay ciertos críticos que se cuestionarían, en nuestro país, hablar de estética. Dirían por qué, para qué, tenemos que hablar de cierta revolución.

Durante la presentación de su libro, decía que la crítica literaria que vale la pena se encuentra en los periódicos. ¿Qué espacios son estos?

Por desgracia, muy pocos. CartóNPiedra me parece fascinante y es una revista muy necesaria, he aprendido mucho de ella. Ya no la leo tanto, pero es más necesaria ahora, porque quedan pocas de su tipo: en La Nación ya no hay ADN, sino Ideas que es algo bastante difuso. Está Babelia, como suplemento. Como revistas, quedan: Etiqueta Negra, que es muy irregular, no llega, y hay una versión en línea que no me gusta tanto. Una que es muy buena, pero no dedicada estrictamente a literatura, es El Malpensante, de Colombia. Para mí, la que de verdad queda es Letras Libres, verdaderamente independiente, y la mexicana Nexos, que es, digamos, de otra ideología, pero volvemos al asunto del apoyo gubernamental. Estas son revistas que no son gubernamentales, pero reciben apoyo del gobierno. Se debe encontrar alguna fórmula para reconciliar los intereses de los pelucones y los literatos.

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