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Puentes en el agua para Felipe Troya

Puentes en el agua para Felipe Troya
08 de octubre de 2016 - 00:00 - Solange Rodríguez Pappe. Escritora
  1. Merodeando a las ardillas

En Ardillas, del quiteño Felipe Troya (1988) —texto con el que se hizo acreedor, en febrero pasado, al premio de la Joven Literatura Latinoamericana, otorgado por la Mansión de Escritores y Traductores (MEET)—, está presente como línea fundamental el crecimiento de un adolescente que viaja en sus vacaciones escolares desde Ecuador a EE.UU., a pasar tres meses conviviendo con parientes, quienes han decidido migrar al Norte para vivir la fantasía de ‘la tierra de las oportunidades’.

Como usualmente pasa con quienes se radican en otro país, poco a poco toda la familia se traslada al inaugurado lugar de residencia y luego no falta en ese sitio ni la abuela, volviéndose una extensión de la patria original, sin dejarla del todo ni olvidarla. Casi toda la novela se desarrolla entonces a partir de la mirada del joven visitante, quien tiene claro que sus tíos viven en un mundo de apariencias donde por fuera todo es muy gringo y excesivo, pero por dentro todo es muy ecuatoriano. En ese entorno, debe pasar los días en un el tiempo cíclico que por más soleado y cálido que se presente, termina resultando opresivo; siendo amenazado, incluso la presencia de una maldición —pero, ¿qué familia no tiene una?—.

En ese entorno, durante el desarrollo del relato, el protagonista se inicia en la sexualidad y también experimenta el primer contacto con la muerte y el absurdo; razón por la cual afirma que ese definitivamente es el mejor verano de su vida. Tal como lo ha dicho Troya en varias entrevistas, esta es más que una novela de formación o una alegoría acerca del amor adolescente. Tampoco es precisamente una crítica a la migración…

Creo que existen importantes enfoques tangenciales que sostienen la novela y es en los que deseo profundizar. Por ejemplo, el uso de los animales como herramientas de aprendizaje pedagógico y el estudio de agua como catalizadores para unir dos naturalezas en apariencia divorciadas. Es decir, Troya emplea el agua como si fuera un puente entre Ecuador y EE.UU.; entre la niñez y la vida adulta; y entre el presente y el futuro. Utilizándolo, se mueve delicadamente entre la realidad y los sueños para que las ardillas que corretean su texto no se espanten y sea más fácil contemplarlas de cerca.

  1. «Pequeña semblanza de una familia tipo americana»

Existe una diferencia marcada entre la selva y el bosque. Con la selva hay que luchar, amansarla o ella nos devora. Ya en Civilización y barbarie, Faustino Sarmiento (1845) habla de los territorios latinoamericanos como entes fuera de control a los que hay que llamar al orden. Y yendo un poco más atrás, América es descrita por sus cronistas como la tierra de lo exótico: hombres con cabeza de perro y mujeres que devoran a sus amantes, asechan desde su vegetación misteriosa.

En EE.UU., la relación parecería no requerir tanto esfuerzo para los visitantes contemporáneos. Más bien, la naturaleza, en lugar de ser amenazante, resulta didáctica. Por ejemplo, mirándola se puede aprender de las ardillas, se las observa para intenta ser como ellas. Esto hace con su tiempo libre el tío del protagonista, quien con unos binoculares acomoda su enorme anatomía producto de la grasienta dieta americana, en las sillas de verano que están junto a la piscina, y espía a estos animales con propósitos etológicos antropológicos.

En esta novela, las ardillas son idealizadas porque tienen una forma efectiva de ser en el mundo. El aprendizaje que se puede obtener de las ardillas es moral. Se parece a la concepción de las fábulas occidentales de Esopo, en las que las bestias eran más humanas que los humanos, dándonos ellas lecciones de supervivencia básica. Los migrantes latinoamericanos de esta novela han aprendido de las criaturas nativas de EE.UU. y han hecho de ellas su guías para introducirse en el mundo nuevo. Un mundo comercial, frívolo, consumista y trivial en el que, imitando a las ardillas, uno puede tener éxito. Estos animalitos son incorporados al relato familiar de conquista que se cuenta la familia Flores a sí misma, y se habla de ellas con ilusión, como se habla del tío Cornelio, el primer migrante de la familia, quien le enseñó a Fernando que soñar era posible:

Había muerto hace como 30 años en Nueva York. Era la gran figura mítica de la casa, el pionero americano de todos nosotros [...] con sus párpados caídos y su sonrisa medio ovejuna y el pelo engominado y un aire como vanidoso y pulcro que se notaba que le había costado mucho mantener. [...] Al comienzo, como todo el resto, lo había admirado porque Fernando lo admiraba.

La vida laboral del tío Fernando vendiendo piscinas es una fábula parecida al relato de las arduas ardillas, donde se triunfa a partir de la tenacidad y del emprendimiento, y quien no triunfa no se ha esforzado lo suficiente. (Impertinente nota personal: yo de niña perseguía a las ardillas en el patio de una tía en Miami y jamás las alcanzaba. Las odié. El éxito es siempre inalcanzable, ¿no?). Pero todo esto se derrumba más adelante con la llegada de la viuda de Cornelio, Marilyn, una mujer descrita como de ‘otro tiempo’, quien revela al protagonista lo que ya sospechaba: que la vida del tío Cornelio no tenía para nada elementos heroicos y fue más bien mediocre, despabilando para siempre al adolescente con esta confesión. Cornelio vendía zapatos y su esposa pensaba que era un manso idiota.

Volviendo a la fábula como género literario, por tradición, esta tiene que ver con el lenguaje de la infancia, el que está dejando el protagonista a cambio de empezar a crecer, al darse cuenta de que los relatos de los adultos están llenos de fallas. Por otro lado, el que el protagonista sea un escritor en ciernes y lleve un diario con sus apuntes, significa que va a empezar a crear sus propios relatos. Y para cerrar esta nueva etapa de epifanías, el ardiente deseo de no volver a EE.UU., quedarse en Ecuador y conseguir trabajo, indica que él se define como un punto aparte y necesita escribir una historia diferente, lejos de lo que hasta ahora han venido diciendo que es su destino. El destino de una ardilla.

Cuando las ardillas entran al mundo humano, mueren. El mundo humano es una trapa para ellas. Las ardillas se hunden en la piscina de la casa, y no solo las ardillas, si no también venados y otros bichos del bosque y de la noche. Luego de que su hijo Junior falleciera ahogado, el tío que contempla las ardillas también casi fallece en una piscina abandonada entre esqueletos de roedores y venados. El que haya caído entre despojos y organismos en descomposición, nos habla de «fantasmas familiares», esqueletos en el armario, que lo empujan a saldar una maldición que puede llegar hasta el sobrino. La maldición que intuye Marilyn cuando le dice al narrador: ¿No te has dado cuenta de que todos (los Flores) mueren nadando?». Morir en una piscina tiene mucho de justicia poética. Por donde se peca, se paga.

  1. Puentes en el agua

El agua es el elemento donde se unen las realidades de EE.UU. y Ecuador: ardillas y hombres. El agua, según Gastón Bacherlard en El agua y los sueños (1942) es la catalizadora de todas las posibilidades de la materia. Quien tiene verdadero poder sobre el agua —y sobre el primo— es Kim, nínfula perfecta nacida en tierras norteamericanas. Una superniña de miembros largos dorados, la joven heroína que gana en los deportes y que vence en todas las batallas; que incluso es precoz en el sexo, dueña de un cuerpo que seduce y que sabe de lo que este es capaz. A ella el protagonista se somete pasivamente y toma sus favores con sorpresa y agradecimiento ya que él, pobre animal migrado y sin recursos de adaptación, qué posibilidades de tenerla cerca tendría luego de esas vacaciones.

El único don del primo es la palabra, pero Kim, tan activa y vital, no puede detenerse a escucharlas y las lee de prisa solo para saber si él escribe sobre ella. El primo, quieto y melancólico, la angustia, pero tal vez, presa de la ternura que causan las criaturas lastimadas, le da algo de cariño antes de dejarlo abandonado completamente.

El agua es también el elemento de la muerte de los impulsivos y de los jóvenes; el elemento de la confusión y de la locura; el recurso de los suicidas. En el agua todo es nebuloso y las aguas estancadas se tornan fangosas, en ella existen espantos ancestrales que llaman tentadoramente. El negocio de las piscinas es el negocio del agua atrapada, el del agua sucia, porque no circula. Es irónico que Junior, el heredero de ese emporio, se ahogue en un lago a pesar de saber nadar, no puede con el ‘agua de la realidad’ y fracasa.

La muerte de Junior acelera la novela y muestra que el éxito no es más que un relato que se cuentan los Flores para tener calma, porque todo es incierto. No se sabe qué sucederá con los exitosos en el futuro... o sí se sabe, porque de igual manera, todos, hasta los más fatuos, mueren.

Resulta decidor que en una de las escenas más emocionales de la novela, el tío Fernando no pueda comunicarse efectivamente con los empleados de una funeraria y, frente a la pena de perder a su hijo, exija «el mejor ataúd que el dinero pueda comprar», dando a notar que con los objetos quiere armar una muralla contra el dolor. Objetos grandes y ostentosos. El protagonista toma la decisión de elegir para su tío el cofre más caro posible, el que utilizan los presidentes para así estar a la altura del dolor de la pérdida.

Luego también observa que durante el velorio, los deudos llevan comida en grandes cantidades, a pesar de que nadie quiere en realidad comer. Se ocultaba lo que realmente era oportuno comunicar, con otras cosas irrelevantes. Una boca llena no cuenta secretos.

Para cerrar las ideas de los objetos y del agua, la segunda piscina donde van a perecer las ardillas, es la piscina del exceso. La que tiene, por si acaso, el tío Fernando, pero que jamás usó porque poseía ya una primera que divierte bastante bien a la familia. No queda clara la intención de la segunda piscina que siempre está cubierta y que se vuelve una trampa, pero es el remanente de lo que ya no se necesita y que luego se ha vuelto una ruina ostentosa, como la cancha de tenis que también, poco a poco, se va llenando de vegetación.

El bosque va tomando lo que era suyo, por lo que no es de extrañase que allí vayan a parar ardillas y tiendan una trampa para saldar cuenta con los migrantes invasores. ¿Quién habrá empujado al tío a ese agujero lleno de huesos? No se sabe, ese es uno de los pendientes de la novela de Troya.

Antes de regresar a Ecuador, el protagonista tiene un extraño sueño con el tío Fernando y este ocurre en una piscina:

Estaba parcialmente llena de agua oscura. Una tercera parte estaba vacía, y el agua se cortaba, como gelatina, en una perfecta pared de cristal reluciente y oscuro. Mi tío estaba adentro, en la parte vacía. Miraba la pared solidificada de agua.

Dice Bachelard que el agua es también el elemento de las profecías. En el sueño del protagonista, Fernando tiene poder sobre ese elemento, pero a la vez está triste, y dice el narrador que es la primera vez que lo ve así de agobiado. Tras la fachada jocosa que usualmente tiene Fernando, su derrumbe ha empezado y él, a penas, puede mantener su mundo acuático en equilibrio.

En la imaginación del protagonista, el sueño del agua era necesario para arreglar las cosas antes de irse a América Latina y tener calma, tarea para la que también le ha servido la literatura, porque ella le ha permitido entender que un escritor es quien intenta encontrar constantes en la realidad, para poder ordenarla. Son pequeños desvíos que generan modificaciones en la historia que está experimentando. Esto es algo que él venía sospechando, pero que entiende con claridad luego de la muerte de Junior. Cito acá, acerca del tema, uno de los fragmentos mejor logrados de la novela acerca del funcionamiento de la mente de los escritores:

Todas las calles eran la misma calle, para mí, pero no todas llevaban al mismo lugar. Solo una combinación específica conducía al edificio que queríamos encontrar. Pensé que si hubiésemos escogido cualquier otra combinación de calles idénticas, eso habría significado que Jr seguía con vida y que íbamos a otro lugar para hacer otra cosa. También pensé que casi cualquier otra combinación hubiese sido mejor que esa en particular. Luego se me ocurrió que podía ser al revés el orden y que escogíamos una combinación particular de calles y el resultado era que todas las otras circunstancias del mundo cambiaban. Es decir, primero escogíamos las calles y los signos de pare y las curvas, y Jr moría a causa de eso. Escogíamos otra combinación igual de azarosa, en cambio, y estábamos comiendo comida mexicana con toda la familia. Pensé que podía haberle dicho eso al Fernando, una reflexión lo suficientemente original y profunda. Pero era también lo suficientemente cruel, así que mantuve el silencio.

Concluyendo, en el sueño del agua que vive el protagonista, el tío tiene poder sobre este elemento —la mantiene bajo control—, y procura que todo regrese a la normalidad, pero eso ya no es posible. El velo del falso éxito de los Flores se ha descorrido y no solo Fernando ha descubierto que la fatalidad existe para todos, sino también el narrador, quien ha empezado a padecer de lucidez. No hay trabajo, por más arduo y placentero que sea, que los libere de nuestra triste naturaleza de animales desamparados de sentido.

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