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Música

Lila Downs: “El arte es político. No lo puedes evitar”

Foto: Cortesía Omar Arregui.
Foto: Cortesía Omar Arregui.
24 de agosto de 2015 - 00:00 - Paola De la Vega. Gestora cultural y editora

No hay duda: Lila Downs es hoy una de las voces más grandes de América Latina. Con su versatilidad escénica y la potencia de su canto ha transitado entre canciones zapotecas, mixtecas, rancheras, corridos, boleros, jazz y composiciones de su autoría. En su gira por Latinoamérica con su nuevo disco, Balas y chocolate, ofreció un concierto en Quito el pasado 8 de agosto en el Parque Itchimbía, acompañada de La Misteriosa, banda dirigida por el saxofonista y compositor estadounidense Paul Cohen, su esposo. De madre mixteca y padre estadounidense, Downs nació en Tlaxiaco, Oaxaca; su vida ha transcurrido entre fronteras y culturas. Cantar ha sido para Lila un ejercicio de sanación contra la discriminación, la violencia y las balas, y una exaltación a sus raíces, en una revisión constante de la memoria social de su pueblo.

Estudiaste canto lírico en Oaxaca, Los Ángeles y Minnesota. Luego le diste un giro a tu carrera musical: retomaste ritmos tradicionales mexicanos y volviste a mirar lo ancestral. ¿Por qué?

Porque en mi existencia necesito encontrar una razón. Llegamos a un punto de la vida en que nos preguntamos: ¿Qué hago aquí?, ¿por qué vine en esta forma?, ¿por qué mi abuela habla un idioma antiguo del que todo el mundo se burla?, ¿por qué en la televisión todas son güeras y yo soy morena de ojos negros? Había muchas contradicciones en mi vida: mi padre era un hombre anglosajón, blanco, y notaba que la gente me trataba mejor cuando andaba con él. ¿Por qué pasaba eso y más en mi México?

Tu madre habla mixteco, ¿tú aprendiste?

No me quiso enseñar. Ahora de adulta aprendo un poquito por aquí y por allá. Esa es parte de la historia de la guerra que trato de hacer en la música y también en los cuentos de mis canciones.

Es curioso que tu madre no te haya enseñado mixteco. Aquí pasa mucho con el quichua y algunos niños que acuden a escuelas en el centro histórico de Quito, hijos de comerciantes de los mercados, cuyos profesores no lo consideran un idioma legítimo. ¿Crees que tu madre buscó protegerte de una discriminación en que la lengua y las marcas lingüísticas son determinantes?

Sí, claro. Mi madre vivió otra generación en la que esta discriminación era muy marcada. Creo que esa discriminación permanece y seguimos luchando contra ella. Lo noto aun luego de 20 años de carrera, cuando vuelvo a mi tierra, y mucha gente que sí me reconoce, al ver que llevo alguna indumentaria de un grupo étnico en particular que es más discriminado aún, tiene actitudes racistas.

En tu pueblo hay otra mujer importante para ti, además de tu madre: la curandera. ¿Quién es esta mujer?

Esta curandera, muy famosa en mi generación, va a cumplir 80 años y se va retirando porque ya no tiene la misma energía. Comenzó como partera y trabajó en hospitales de Estados Unidos. La llevaban para que asesorara a los doctores que asistían a las mujeres que iban a parir. Con el tiempo, ella hizo su propia consulta. Es una mujer mágica. Adivina muchas cosas solo por la forma en que caminas, cómo portas tu tristeza o tu alegría. Te hace preguntas de tipo emocional. Es una doctora, pero como nosotros, en tiempos prehispánicos, acostumbrábamos tener.

Cuando estaba en la frontera con mi madre, una mujer indígena, me daban otro trato. Las fronteras me han permitido, artísticamente, vivir a plenitud, pensando cómo cruzarlas y adoptar aquello que no necesariamente es mío, pero me ha servido para poder comunicar la importancia del origen, que también tiene que ver con una reinterpretación del ‘yo’.

Hemos hablado de la herencia de tu madre. Tu padre, en cambio, es estadounidense. En una entrevista te defines como una mujer de frontera y uno de tus discos se llama The border. ¿Qué son las fronteras para ti?

La idea de las fronteras es muy difícil cuando eres pequeño. Veo a Benito, mi niño de cinco años, que no entiende bien cuando vamos a otras ciudades o a otros países; la ciudad y el país son lo mismo para él. Creo que lo que más recibe Benito es la calidez humana de algunos sitios; de otros, no tanto. Eso para mí en la niñez fue muy difícil. Retomando el tema de la discriminación, cuando estaba con mi madre, una mujer indígena, me daban otro trato cuando luego de cruzar la frontera. Artísticamente, las fronteras me han permitido vivir más plenamente, pensando en ellas y pensando cómo cruzarlas y adoptar lo que no es necesariamente mío, pero que me ha servido mucho para poder comunicar la importancia del origen. Este origen también tiene que ver con una reinterpretación de lo que significa ser yo, ser un individuo en una sociedad.

Muchas de tus canciones -por ejemplo, ‘El palomo del comalito’, que nace del ejercicio de observar a las mujeres del mercado preparando tortillas- parten de prácticas cotidianas vigentes en tu pueblo…

En Latinoamérica tenemos una riqueza vasta que está aquí con nosotros. Desde el momento en que nos despertamos, vamos a la escuela o al trabajo, hay una mujer maravillosa con su comal -que es una cerámica sobre el fogón- y está haciendo tortillas, memelas o sopes, unas frituras de maíz, como el maíz tostado de aquí. Comemos y nos nutrimos de esas mujeres, pero nunca les damos las gracias. Hacemos como que no existen. En mi niñez y juventud recuerdo que no hablaba mucho de ellas, trataba de evitarlo. Y eso me molesta mucho. Sin ellas no seríamos lo que somos. Nos dan el sustento para que seamos fuertes y podamos ir a trabajar o a estudiar.

Otro ejemplo es ‘La Molienda del chile’ y ‘La cumbia del mole’.

Hay que hacerle honor al chile. Es el personaje central en la comida de México. Tiene un lugar sagrado y también tiene un lugar en el que se juega con la maldad. Las mujeres tenemos la chance de echar ahí unas bromas: ¿Y a ti qué tipo de chile te gusta? ¡Ah no pues, a mí, el ancho! Hay otras que dicen: ¡A mí, el verde! Es muy divertido. Ritualmente hay una variedad de moles: el mole en mi tierra es muy famoso por un tipo de chile que solo lo encuentras en algunas zonas de Oaxaca: el chile chilhuacle, el secreto de las cocineras.

Además de ese homenaje a estas mujeres, cantas mucho sobre la tierra. ¿Qué relación tienes con la naturaleza?

Tuve el privilegio de crecer en una zona rural, eso me acerca más a la Madre Tierra y a los ciclos de la vida y la muerte. En este disco que estamos girando, Balas y chocolate, aparece el chocolate, que es central en nuestra ofrenda de muertos. Sé que aquí también se celebran los difuntos; se les admira, se les respeta, se habla con ellos. Esa reflexión es importante porque te das cuenta de dónde estás en la historia, en el tiempo.

Las balas, en cambio, ¿tienen que ver con los últimos acontecimientos políticos en México? Pienso en Ayotzinapa…

Las balas las estamos viviendo en muchos países de Latinoamérica. Los jóvenes están huyendo de nuestra sociedad, se van al norte a buscarse la vida y muchas veces encuentran trabajos terribles, en los que hay más muerte. Creo que es importante reflexionar. Para mí, lo es, y por eso les compongo versos a esos personajes que no se toman en cuenta.

¿Este es uno de tus discos más políticos?

Cada disco ha tenido siquiera un tema político. Y creo que el arte es político. No lo puedes evitar. Hasta un bolero que te habla de amor. Pero sí, puede ser que estaba enojada y también desgastada, y sentí que debía decir ciertas cosas. Lo he pagado un poco caro porque soy mujer y las mujeres no debemos tener opiniones, según algunas personas.

¿Alguna vez cantaste con Chavela Vargas?

Sí, cómo no. Fue una experiencia maravillosa. Muy aguerrida, la Chavela. Tuve la fortuna de conocerla en Madrid, una vez que coincidimos allá y la quise acompañar con la guitarra, con ‘Paloma negra’. Y le dije: ‘¿En qué tono canta, Chavela, para que la acompañe yo?’ Y me dijo: ‘En fu menor’, inventándose una cosa que no existe. Era muy divertida y me daba mucho cariño. Me mandaba mensajitos por Twitter. Veía que yo andaba un poco triste o algo y me enviaba mensajes diciendo: “Sigue, con fuerza, tú puedes”.

¿Eres la voz que sustituye de alguna forma a la de Chavela?

Yo creo que hay una Chavela, ¿no? No hay más. Cada quien trae un camino propio y un mensaje diferente. Creo que vamos cambiando. En la niñez escuché mucho a Lola Beltrán, era mi influencia principal, y después a Mercedes Sosa. Pero Chavela llegó a ser importante en otro momento de mi vida, en el que creo que me volví más fuerte, y ella percibía eso también.

¿Tequila o mezcal?

No, pues, mezcal, imagínate... Me regañan en mi tierra.

¿Cuál de tus canciones te conmueve más?

Depende del momento, fíjate. He ido a sitios donde siento que las personas están en negación de quiénes son, y esos son los temas que creo que les tocan más. O hay momentos en que los políticos son unos hipócritas y viven en unas casas millonarias y proclaman otra cosa; ahí hay que cantarles temas como ‘Fallaste corazón’, una ranchera que dice: “Y tú que te creías el rey de todo el mundo”.

Para esos casos, también ‘La cucaracha…

Sí, también. Cada lugar tiene su canción.

Apoyas permanentemente a una fundación. ¿Nos puedes contar más sobre esto?

Es una organización que nos invita desde hace 15 años a hacer un concierto de beneficio para jóvenes indígenas principalmente, pero también mestizas, de comunidades rurales. Se les apoya con un programa de tutorías y de responsabilidad, un respaldo a la autonomía de las poblaciones. La condición para que ellas entren a este programa es que tengan un nivel alto académico, pero también que tengan trabajo voluntario desde que son pequeñas. Eso ha sido muy especial, hemos visto cambios en ellas. Ha habido tres Premio Nacional de la Juventud, que es muy importante en mi país.

En su labor, la fundación retoma principios de la sabiduría indígena mexicana como “la gesa”, o lo que llamamos “minga” en los países andinos. ¿Qué otros principios ancestrales te marcaron?

Creo que el respeto. Si vas a lo profundo de las comunidades indígenas, no hay maldad. Es una vulnerabilidad muy grande frente a todo lo que vivimos ahora. Son ejemplo de fortaleza y de moralidad.

Tu disco anterior se llama Pecados y milagros. ¿Cuál es el mayor milagro en tu vida?

Pues mi hijito, Benito. Lo adopté en mi tierra cuando tenía un día de nacido.

¿De dónde sacas todos esos hermosos vestidos bordados?

De las mujeres de México y de Latinoamérica. Voy conociendo los textiles en cada lugar. Hoy me han traído una blusa bordada ecuatoriana, hermosísima. El bordado es una terapia en el mundo de la mujer.

Los textiles indígenas han estado presentes en tus investigaciones antropológicas. En la teoría feminista se ve cómo el bordado y el tejido se vuelven una metáfora de esas redes de solidaridad que tejemos, del estar juntas, de los diálogos que se producen entre las mujeres mientras van bordando. ¿Te defines como feminista?

Somos hijas del feminismo todas nosotras, lo queramos o no. Podemos votar, podemos leer y escribir, podemos ponernos jeans si queremos. No hay que tenerle temor a esa palabra: son las mujeres que pelearon por nuestros derechos, antes que nosotras.

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