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Gil Scott-Heron: el ritmo de la contrahistoria

Gil Scott-Heron: el ritmo de la contrahistoria
Foto: Tomado de datadelouge.com
05 de septiembre de 2016 - 00:00 - Paquito Valdivieso. Periodista

Fue en octubre de 1971 en Brooklyn. Se publicó un disco llamado Small Talk at 125th and Lenox cuyo autor es Gil Scott-Heron, un joven que, en ese momento, tenía 21 años.

Al darle play, escuchamos una voz que manifiesta la intención de presentarnos un poema llamado ‘The Revolution Will Not Be Televised’ (‘La revolución no será televisada’). Al escucharlo notamos una estructura simple: una voz acompañada de varias percusiones. No es una melodía dulce y pegajosa como las de The Jackson 5, pero sus palabras tienen ritmo y fuerza. A lo largo de la canción afirma que la revolución no nos hará ver más sexis, que no nos hará ver cinco libras más flacos, que no irá mejor con Coca-Cola y que no combatirá los gérmenes que generan el mal aliento. Y sobre todo, recalca que la revolución no saldrá en televisión.

Las palabras en La revolución no será televisada fueron pronunciadas en la segunda mitad del siglo XX, a pocos años del asesinato de personajes como Malcolm X en 1965 y Martin Luther King en 1968. Personas que, tal como H. Rap Brown o los Black Panthers, buscaban la anulación de aquellas manifestaciones legales que ubicaban a los afroamericanos como seres inferiores en la sociedad.

En aquellos tiempos, un blanco siempre tendría preferencia a los asientos y los negros tendrían que ceder su puesto, sin importar su cansancio, edad o género. La sociedad civil norteamericana de ascendencia africana tenía que usar baños que existían exclusivamente para ellos, no pudiendo usar aquellos destinados a los blancos. Era un sistema social injusto, motivo por el cual tuvieron gran resonancia aquellas voces que recalcaban la necesidad de eliminar la segregación. Varias protestas y movilizaciones lograron demostrar la importancia de los afroamericanos para la sociedad norteamericana. Lo cual devino en una especie de integración capitalista de la gente de color.

El sistema económico estadounidense comenzó a decir: «Está bien, los negros pueden ser iguales a los blancos, solo necesitan comprar lo mismo que ellos». Situación evidente en la proliferación de publicidades que usaban como modelos a gente negra. Imágenes que realmente eran copias exactas de anuncios difundidos previamente, pero con modelos blancos.

Frente a esta seducción de las mercancías, se levanta la voz de Gil Scott-Heron, recordando que al imitar al grupo opresor las cosas no cambian y que la esclavitud se mantiene. Una forma de tomar la posta de Malcolm X, o los Black Panthers, quienes sostenían que la segregación no era el único mal en la sociedad, sino más bien el sistema que producía la explotación indiscriminada de ciertas personas, y otorgaba privilegios a grupos selectos.

‘La revolución no será televisada’ afirma que el cambio, la revolución, no estará en aquellos entretenimientos y productos que el mercado ofrece. De esta forma, Gil Scott desarma la historia afirmativa que el capitalismo tejía con sus mercancías para «integrar» a aquel grupo hasta hace poco excluido. Su propuesta es, además, compartir ideas políticas no ya en el espacio de la universidad o los noticieros, como hacían los activistas por los derechos civiles anteriores a él, sino más bien, en el terreno del entretenimiento de masas. Sus canciones o poemas (Gil Scott usaba ambos términos de manera indistinta para aludir a su música) han viajado desde sus inicios en forma de discos de acetato, casetes y posteriormente como discos compactos o archivos de audio comprimidos a todo el mundo, durante generaciones.

Gil advertía a su gente sobre la seducción de las mercancías, pero también sobre las imágenes o los estereotipos nocivos que se formaban sobre el mundo afroamericano. En aquella época y desde inicios del siglo XX, el discurso que los medios enunciaban sobre el grupo afroamericano era el del jazz. La música del nuevo siglo, inventada en Norteamérica, donde todos sus intérpretes demuestran su virtuosismo, pero generalmente sin decir nada. Los afroamericanos eran una representación de personas bailando, haciendo música, pero rara vez diciendo algo. No es que no existieran intérpretes de jazz que cantaran, el asunto es que la mayoría de sus intérpretes (Charlie Parker, Jhon Coltrane, Miles Davis, Charles Mingus, Thelonius Monk) no decían nada en ninguna de sus canciones. Una forma de identidad muda, porque el jazz no era necesariamente lo que testimoniaban las situaciones de segregación y violencia que la sociedad afroamericana padecía fuertemente, algo sobre lo que más de un afroamericano habría podido decir algo.

Podríamos decir que el jazz formaba parte de un espectáculo, en la forma en la que el filósofo francés Guy Debord lo define; es decir, como una forma discreta de ilustrar el deber ser de las relaciones sociales a través de la abundancia de imágenes. El espectáculo logra alejar, mediante representaciones, a las personas de la comprensión acerca de las circunstancias que las explotan. Es gracias al espectáculo que el capital logra permanecer y funcionar, ya que necesita de personas que no cuestionen las relaciones de producción. Frente a la imagen idílica del negro alegre haciendo música, entreteniendo y no diciendo nada, Small Talk de Gil Scott contiene una canción llamada ‘Plastic Pattern People’. Dicho tema enumera y caracteriza poco a poco a aquellos referentes, tan difundidos del jazz. ¿Charles Mingus? Gil Scott afirma que este será el artista que le agregará una melodía de bajo a una estación de inseguridad sin fondo. Y después de enumerar a varios jazzistas pregunta por qué esa música no les ofrece algo tan importante para el alma (término del autor) como las palabras, y por qué esa música no les da piezas capaces de expandir la mente.

Gil Scott reconoce una serie de personajes del mundo del jazz que transmiten sentimientos con su música. Un sentimiento que puede provocar el llanto, pero detrás de ese llanto, de ese sufrimiento sin palabras, está la ilusión de una enunciación, una enunciación que no le permite al enunciante usar palabras. El autor no encuentra una representación enunciada por los afroamericanos, sino por los blancos. Es decir que ‘Plastic Pattern People’ propone un rechazo a aquella enunciación de silencio adjudicada a la gente de color. El jazz, ese silencio alegre, placenteramente aceptado, es el discurso que representa a la cultura afroamericana. No obstante, este producto, este espectáculo que es el jazz, dice lo que los blancos quieren que los negros sean. No hay testimonios históricos en esta música. Quizá por esta razón, la portada de Small Talk es una foto de Gil Scott acompañada de un gran cuadro de texto de dieciséis líneas, como sugiriendo que este artista no quiere cantar el silencio, sino que quiere decir, hablar, usar las palabras. En la canción, la voz poética pregunta por qué nuestras lágrimas tienen que ser blancas, como una forma de evidenciar un movimiento político del capital que va más allá del campo de la política. La representación de un elemento social como un elemento mudo, de la no palabra, es a la vez el silenciamiento, o en todo caso, una representación impuesta.

Acompañado únicamente de un par de tambores y su voz, Scott también habla sobre hechos históricos testimoniados como la llegada del hombre a la Luna. En su canción ‘Whitey on the Moon’ tenemos un texto que nos presenta dos partes enfrentadas. Por un lado, una serie de testimonios: alguien que tiene una hermana que se enferma tras ser mordida por una rata y tiene que ser llevada al hospital, con lo que acarrea años de endeudamiento; una persona a la que le subieron la renta, a pesar de vivir en un lugar sin agua y sin electricidad; una persona que se alarma porque los impuestos le quitan dinero de su sueldo y la comida sube de precio. Por otro lado, a cada historia se opone el gran paso de la humanidad, el suceso de los blancos llegando a la Luna. Para la voz poética en este tema, la salud se presenta como una urgencia que conlleva a un endeudamiento inevitable, las necesidades básicas (alimentación, casa) se presentan como sujetas a un alza de precios, precios que son difíciles de alcanzar porque los impuestos se llevan el dinero. ¿A dónde va a parar este dinero? En enviar gente a la Luna, para financiar un programa espacial que no soluciona las necesidades básicas de su comunidad. Ante la miseria y las condiciones adversas de su gente, se erige un coro, ‘Whitey is on the moon’, como un espectro intermitente que es en realidad la denuncia de aquello que impulsa la miseria.

Según Guy Debord, antiguamente los explotados, los obreros, solo tenían acceso a un intercambio de mercancías que pudiera mantener su capacidad para trabajar. Es decir, el obrero o el esclavo podría obtener comida, quizá tener un hogar, pero el resto de mercancías que produjera su sociedad le serán inalcanzables porque no tendría las posibilidades económicas o legales para hacerlo. Es decir que el libre intercambio de mercancías estaba limitado a pequeños grupos. Aquella situación cambia gracias a la sobreproducción de mercancías en las sociedades industrializadas, lo que implica la expansión del número de consumidores. En otras palabras, ahora se incorpora al explotado para que también forme parte del intercambio de mercancías. Debord identifica un cambio en las sociedades capitalistas contemporáneas que consiste en la elaboración de representaciones de los explotados, no como explotados, sino como integrantes del espectáculo en todos sus placeres y beneficios. Las formas de espectáculo norteamericanas habían cambiado, incorporaron al explotado afroamericano como alguien que pudiera participar en todo el intercambio glamuroso de mercancías que esta sociedad producía.

El espectáculo norteamericano sugería una apertura hacia la gente negra ofreciéndole a un público afroamericana todos los productos que antes solo se les ofrecían a los blancos, pero Gil Scott establece que la revolución no está en lo que ese espectáculo podía ofrecer.

Para eternizar su mensaje, se disfrazó de espectáculo, multiplicando el alcance formal que hubiera podido tener un activista tradicional. Así, Gil Scott inaugura una forma de espectáculo que funciona como contrahistoria del espectáculo, como antiespectáculo.

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