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‘El retorno de las moscas’

‘El retorno de las moscas’
19 de agosto de 2013 - 00:00

Al aventurar unas líneas a manera de prólogo para esta nueva edición de El retorno de las moscas (Alfaguara 2013), debo admitir mi antigua debilidad por los géneros llamados menores que como el policial y el espionaje cumplen con esa prístina razón que nos aproxima a cualquier objeto literario, el divertimento.

La novela que el lector tiene en sus manos, resulta en muchos aspectos inaudita en esta región del mundo. Su lectura ha sido pretexto idóneo para acometer el repaso por un repertorio de relatos acogidos con efusión en mi juventud y que conformaron en su tiempo, una poderosa y distintiva escuela de raigambre europea: la novela de espionaje.

Los fundadores del “espionaje literario”, allá por los albores del siglo pasado, sabían que el secreto de hilvanar una buena historia consistía en hacerlo contenidamente, reservándose en cada tramo pausas y señas, sin expansiones, ajustando la cadencia para la tensión, avanzando a tientas, de forma que el ritmo no decayera en esa escalera de peripecias con que están escritas estas novelas. Y acaso ese aspecto, el de la contención junto con el tono apropiado, es lo que modela todo buen relato de espionaje.

Hoy día, tras haber culminado la época de mayor vigor del género durante la Guerra Fría, se advierte el lugar de marginación donde ha caído este tipo de obras, no ocurriendo lo mismo con sus equivalentes: la novela negra y la policial, de viva actualidad.  

Según Eric Ambler, la novela de espionaje estaría tocada por la mala fama. De un lado, una leyenda negra vinculada con el agente como personaje central, maniático, amoral, y, de otro, la estructura narrativa, la cual ha sido a menudo desaliñada, incluso rudimentaria. El destino de estas novelas se ha diluido en beneficio del cine, que las ha desvinculado de sus propuestas iniciales, colmándola de tópicos y lugares comunes.

En la imaginería histórica, se cuenta para deleite de unos pocos detractores, que Napoleón habría afirmado en cierta ocasión que un espía en el lugar adecuado valía tanto como millares de hombres en un campo de batalla. No obstante, al momento de recompensar a su sagaz y leal espía Schulmeister, propuesto para la Legión de Honor, le habría negado alegando que la retribución en dinero sería suficiente premio por sus servicios.

Se anuncian vientos de resurrección para este género venido a menos, lo digo por los últimos acontecimientos de barbarie que han puesto nuevamente en relieve la búsqueda de estos personajes y, por tanto, la incorporación de esa multicolor variedad de agentes dispuestos a conspirar.

En la biblioteca de autores que han cultivado la novela de espionaje son contados los nombres que sobreviven con dignidad e interés al paso del tiempo: John Cuchan, Jean Bommart, Somerset Maugham, Joseph Conrad con su Agente Secreto o más recientemente Graham Greene, Frederick Forsyth o el arrebatador John Le Carré.

Portada de El retorno de las moscas ( 2013)

De modo general anotemos algunos elementos que caracterizan a la literatura de espionaje. Una internacionalización de los escenarios; los hechos y las peripecias de los protagonistas ocurren en ciudades relevantes; una situación política tratada de manera ambigua, cuya presencia apenas si la advertimos; la traición como elemento que se desliza en cada historia entre agentes y bajos fondos, acompañada por una dosis de cinismo y humor negro. El espía vive instalado en una situación inestable, de miedo, incluso de aislamiento y dolor. Todo esto se nos ofrece como carta de presentación de un género que comparte algunos elementos heredados del relato policial. El lenguaje utilizado por lo general es escueto y ajustado al desarrollo de la historia.

Por último, las descripciones suelen acomodarse a unas pocas mañas y arquitectura cuyo movimiento frecuentemente circular, gira preferentemente en torno a un mecanismo central que es el engaño. “En sí mismo, el ejercicio del engaño no es especialmente fatigoso; es cuestión de experiencia, de práctica profesional; es una facultad que la mayor parte de nosotros puede adquirir. Pero mientras que el que engaña en confianza, el actor de teatro o el jugador, puede regresar de su actuación a las filas de sus admiradores, el agente secreto no disfruta de tal alivio. Para él, engañar es ante todo una cuestión de defensa propia”. (1) Es así que el espía en cada emprendimiento expone su vida. Para sobrevivir debe disimular y desconfiar —Smiley es un experto en este terreno—, debe representar un papel, cuidar no solamente sus pasos sino su gestualidad, evitar aquella postura que lo delate, que lo torne vulnerable.

En la trama de este libro de Vásconez, en apariencia llana, se nos plantea una historia sin molde ni acomodo a los esquemas rígidos del género, más bien se trata de una composición multiforme y flexible, con texturas y probabilidades sugerentes, hecha tanto de contaminaciones como de disidencias.  

A partir de su inocultable adicción a los textos de John Le Carré, Vásconez en esta novela, nos impone la presencia de George Smiley, quien viene a cumplir una misión a este país y se contagia de las pequeñas miserias de una ciudad pueblerina para descubrir un supuesto crimen y la sospecha de algo más.

En ese algo más se cierne la genuina y levantisca propuesta del escritor, quien a través de un solvente hilo narrativo nos anuncia un relato en que se funden la acción en un trasfondo de vidas uniformes y corrientes, que sitúan al lector en un escenario formado por una ciudad deslucida. En fin, una novela de dislates sentimentales y requiebros interiores.

Al final queda la inquietud de que a Vásconez le traiciona su propia inventiva, los estados y géneros puros no existen, ni se le dan ni los quiere, se le atragantan, le producen desconfianza. De allí que su apuesta sea más bien la de haber levantado un original tinglado europeo en medio de los Andes. He aquí el enorme mérito del autor: subvertir los caracteres y los espacios hasta dotarlos con la precisión de su lenguaje, de una atmósfera sobria y verosímil, en una intriga político-criminal de gusto aquilatado.

Habría que señalar que los géneros literarios no nacen de las consideraciones formales, sino de los rasgos profundos de la personalidad del escritor. Y es allí que Vásconez nos subyuga con su pericia y rigor característicos, y nos conduce en El retorno de las moscas por una rampa de extravíos y sueños laberínticos, a lo largo de una novela que muchos agradecerán como un intrépido ejemplo de buena literatura.

NOTAS DE PIE

1. Le Carré, John. El Espía que surgió del frío. Editorial Plaza &Janés, Barcelona.1990

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