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Antonio Correa trató a Borges como un viandante más

Antonio Correa trató a Borges como un viandante más
20 de junio de 2016 - 00:00 - Fausto Rivera Yánez. Editor de Cultura

Jorge Luis Borges llegó al Ecuador en 1978, invitado por el Círculo de Lectores. El poeta y editor colombiano, actualmente radicado en Quito, Antonio Correa Losada, fue uno de sus anfitriones y quien tenía el acceso directo para entrar, sin preguntar, a la habitación del Hotel Colón en la que se hospedó el autor de El Aleph y su esposa, María Kodama.

A la cita literaria en la capital del Ecuador, también llegaron otras figuras de considerable peso hispanomericano: Álvaro Mutis, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Luis Goytisolo y Pedro Gómez Valderrama, entre otros. «Todos con posturas diversas, fue el evento cultural más importante del país», recuerda Antonio Correa en el centro de su sala, mientras sostiene una de las primeras ediciones de Fervor de Buenos Aires, el primer libro de poesía del escritor argentino, de quien se recordaron treinta años de su muerte el pasado 14 de junio.

¿El Borges que usted conoció era parecido al que imaginaba mientras lo leía?

Su mundo mítico, de paradojas y ambigüedades me asombró y atrajo poderosamente. Nunca había visto esas características en un autor. Antes yo leía lo conclusivo, el realismo, que nos llevaba a lo mismo y nos determinaba las cosas. Pero hay autores que han criticado ese mundo, como Claudio Magris, que dice que Borges mira los hechos con una indiferencia total, como si estuvieran predestinados, marcados por la ciencia, la física o el destino, que son incontrastables, que no tiene elementos de contradicción. Simplemente son. Comparto mucha esa opinión de Magris, pero justamente por esos elementos fue que me acerqué a Borges. Cuando lo conocí, siendo fundador editor del Círculo de Lectores, se mantuvo la imagen que yo tenía de él: un hombre anclado en el pasado, donde el presente se percibía como un lejano rumor. Así vi a Borges cuando lo recibí en noviembre de 1978, en el antiguo aeropuerto de Quito.

¿Cuál fue la primera imagen que le provocó la presencia física de Borges?

Ese encuentro maravilloso se ha mantenido en mi cabeza como una gota de aceite, me refiero a las esmeraldas. Se llaman así (gotas de aceite) porque en su transparencia muestran un jardín.

En ese momento, Borges era criticado por su visita al Chile de Augusto Pinochet; ¿hubo tensiones para traerlo al país?

Latinoamérica era un mundo politizado, marcado por la izquierda. La Revolución Cubana vivía el apogeo de sus contradicciones y críticas, entonces presenté la propuesta de traer a Borges al Frente Cultural —grupo al que pertenecía— y fui mirado con cierta reticencia. No era explicable que un joven socialista como yo presentara a Borges para traerlo cuando él era considerado un hombre de derechas, ideología que lo tenía como un mito. Hay una crónica maravillosa de (Gabriel) García Márquez sobre el encuentro de Borges con Pinochet. Dice que en un almuerzo el escritor argentino le dijo a Pinochet ‘oh, salvador de la democracia y del orden’. Eso es para soltar una carcajada. Con su seriedad, ¿por qué le dijo tal cosa a un personaje como ese?

Quizá Borges fue irónico...

Estaba burlándose. Pero la frase es una lectura de García Márquez, que, políticamente, también estaba luchando por el Nobel en ese momento. Nadie quiere entrar en molestias con la Academia Sueca y a Borges, que nunca le dieron el premio, Gabo lo retrata de esa forma mientras se acercaba al Nobel. Quizá no quiso empañar nada; yo comparto el criterio de García Márquez: no leímos ni entendimos el sentido del humor permanente en Borges.

¿Qué consecuencias, finalmente, tuvo para usted traer al autor de Ficciones?

Fui expulsado del grupo cultural en el que estaba aunque dos escritores me apoyaron en la propuesta que tenía. Dije que era la oportunidad de confrontar ideas en un debate amplio que podía ser enriquecedor. Eso no se logró porque todos ignoraban a Borges en cuanto a lectura profunda. Lo que se leía acá era muy poco y siempre hay señalamientos sin profundizar en nada.

¿Y cómo fue acompañar a Borges?

Fue un contacto en el que se me olvidaba que era ciego, lo trataba normalmente. Me movía con él sin ningún problema, como si fuera un viandante más, eso le encantaba. María Kodama, quien estaba con él, me dijo que estaba perfecto que lo tratara como a un tipo sin ninguna diferencia. También lo vi afeitarse —es un poco impactante ver afeitarse a un ciego— en un espacio sin luz y ante un espejo, en su suite, a la que yo era el único que entraba sin tocar. Borges intuía el color de las corbatas primero y, luego, le preguntaba a María si era la apropiada. Ella coincidía siempre. Le decía «sí, Borges».

Era una relación muy especial...

Era muy pragmática pero también tierna. Siempre se respondían con monosílabos, pero en el trasunto de las cosas, de las palabras, donde ellos estaban había una atmósfera de calidez, de ternura y respeto. Era algo muy agradable. Después, en Bogotá, Colombia, él llamó a María ‘Mi ángel azul’.

Borges se encontró con jóvenes en la Universidad Católica...

No puedo olvidar que hicieron una calle de honor para que entrara a dar su conferencia. Todos allí estuvieron expectantes, incluso escritores como Pedro Jorge Vera, quien tenía una postura contraria a él pero respetuosa. Además, Borges era poderoso para desviar una pregunta, eliminar al entrevistador, y lograba i mponer su criterio, su punto de vista, con humor y paradojas o ambigüedades, que eran sus elementos esenciales. Recuerdo que cuando un joven le preguntó qué diferencia sentía entre escribir en español e inglés, Borges, como mirando hacia una constelación, en lontananza, como un héroe, le dijo: «¿cuándo usted siente un dolor de muela, lo siente en inglés o en español?».

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