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Arte

Amérika, un golpe a la córnea

Amérika, un golpe a la córnea
30 de mayo de 2016 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado, Periodista

La Amérika de José Oliveira está cargada de imágenes no fabricadas, sin poses, sin armaduras. Es un diario de fotografías de amigos, gente que lo rodea, que ha mirado su cámara sin notarlo. Entre ellos se revela a sí mismo con fotos de su infancia, la fiesta infantil con los primos y textos, a manera de ensayos en los que intenta tomar distancia, no hacerlo tan personal. Pero cada flash, cada desencuadre o dibujo montado sobre otra foto lo delatan.

Amérika es un libro de fotografía descuadrado. Como diría el autor, “un golpe a la córnea”, una propuesta en la que reinterpreta su propia vida cotidiana. El proyecto empezó varias veces. La primera vez, posiblemente en los noventa, cuando Juergen Teller empezaba en Londres su carrera como fotógrafo. Con el flash sobrexpuesto, Teller le daba a sus imágenes un ambiente vintage, una coordinación entre pasado y futuro: en ellas pervivían desde entonces la nostalgia del color polaroid, la imagen análoga y la aparición de objetos actuales; una apuesta por lo real, no solo por el físico o la estética convencional.

Durante esa época, la música de venta venía con imágenes como las del niño que intenta flotar en el mar de Nevermind (Nirvana), las rutas distorsionadas de OK Computer (Radiohead) o los colores primarios en arriesgado contraste de Earthling (David Bowie). En esa década creció Oliveira. Miraba el mundo a través de los fragmentos que proponen esos sellos.

En 2009 se cruzó con el trabajo de Teller y entendió que para hacer fotografía no hay que tener miedo a las ideas más comprometidas, “ni al flash ni al desencuadre”. La segunda vez que empezó este libro fue en 2013, con la influencia de Teller y fotógrafos como Robert Frank, Terry Richardson o Herb Ritts. La primera foto del libro muestra a dos amigos en la playa de San José (Santa Elena). Uno mira a la cámara de 35 milímetros en un gesto cuestionador y el otro sonríe sin mirarla con una toalla que forma un turbante sobre su cabeza.

Las primeras fotos que prepara para su proyecto son imágenes espontáneas, de encuentros personales, acompañadas de apuntes. Usaba además una Pentax K1000, una Leika o un iPhone. En el proceso, Oliveira se preocupa por llenar libretas con ideas que de algún modo orientan el camino de las imágenes. En el transcurso empieza a leer K, de Roberto Calasso, quien carga contra la lectura desaforada y propone leer ‘literalmente’ a uno de los autores más complicados del siglo XX, Franz Kafka.

La experiencia de Amérika no se compara con una sesión fotográfica. “Fue algo súper natural”, dice Gigi Roseney, una modelo, amiga de Oliveira que aparece en varios pasajes del libro, a veces a contraluz y otras invadida con colores en su piel. “No quería capturar algo en especial, sino hallar la esencia de quien fotografiaba. No busca una cara bonita, sino que la foto te haga sentir algo. Recuerdo fotos que ni siquiera supe que estaba tomando. Las primeras fotos las hice como un simple juego con pintura sin antes saber que dos años después se convertirían en un libro”, dice Roseney.

Oliveira captó siempre la primera situación que provocaba. Si hacía una sesión de fotos, no empezaba con la foto. Procuraba incomodar para poder captar reacciones. Las primeras imágenes de ese experimento son las que están en el libro. En otras fotos jugaba con contrastes. Juntaba a familiares para captarlos en momentos distintos, con luces diferentes, buscando que la secuencia visual fuese distinta a lo que tradicionalmente se ve en los libros de fotografía que apuntan a lo ‘fashion’.

Después de un primer año de tránsitos y de intentar hacer un libro de fotografía que se escapara de la linealidad tradicional, Oliveira retoma su trabajo en mayo de 2014 y lo concluye en agosto de 2015. Tenía la idea de que el significado de las imágenes que trabajó no radica en su individualidad, sino en su conjunto, dándole sintonía a espacios que parecen adversos.

Así, las imágenes de la vida cotidiana, de gente riendo en completa espontaneidad se cruzan con dibujos de Bowie en distintas etapas, sobre las personas sentadas en un mueble se montan fragmentos de sus rostros en diálogos; solo las piernas están estáticas. “Amerika —dice Oliveira— es un recorrido de dos años de idas y venidas. Un recorrido con retratos”. El libro se pudo llamar Retratos de la juventud ecuatoriana de principios del siglo XXI o Mis amigos y yo pasando un buen tiempo. En este trabajo, se preguntó cómo dar a las imágenes un contexto que se apropiara del papel.

La intimidad en la obra de arte se vuelve un punto de acción en un contexto en el que la vida personal se exhibe todo el tiempo en redes sociales. J. D. Salinger pidió eliminar su foto en la cubierta de su primer best seller. “Solo las obras de un escritor están a disposición del público y abiertas a la discusión y al estudio”, decía. Para William Faulkner, su vida privada solo era suya. Ahora la vida privada está siempre en discusión.

Muy pocas cosas se pueden hacer íntimas, y muy pocas cosas íntimas se pueden hacer públicas. Oliveira cree que su libro está en la mitad, en el lugar en que la intimidad no se puede separar. “Muchos artistas limitan su intimidad a su nombre. Es bueno separarla de su forma de trabajo. Adrián Balseca, por ejemplo, trabaja con proyectos sobre la modernidad, la nacionalidad, los lleva a una potencialidad mayor a través del arte. Cuando ves una obra de él no puedes decir nada de él. Cuando ves a estas personas no puedes decir nada sobre mí. O talvez sí”.

Para el fotógrafo Jorge Vargas, en el país no hay una tradición de lectura en general, y mucho menos para leer este tipo de libros que considera un gran aporte pues además de las fotografías, tiene textos, dibujos, y “va armando una relación con una poética visual”. Es un golpe directo a la córnea, “para explotar en algún efecto deseado; sea cual sea. Odio, amor, repulsión, confusión, lucidez, engaño. Todo se vale. Tenemos tiempo para debatir y aceptar que es mejor tener madera para navegar entre imágenes y naufragar por doquier”, escribió Oliveira en uno de los ensayos en los que se explica a sí mismo.

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