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El Telégrafo

Desquicio de la restauración conservadora y la izquierda infantil

28 de noviembre de 2016 - 00:00

La ideología de las elites dueñas del poder fáctico se ha quedado huérfana de la legitimidad social, cada vez es más evidente su trastorno con el proceso social que vivimos, con la ideología que convoca a los estamentos emergentes de la ciudadanía contemporánea. Así su necio culto al neoliberalismo, la hispanidad como valor etnocentrista (el himno a la antigua, la tauromaquia y otras hierbas más) percibe el pueblo como vestigios de un complejo, de una tara social; hoy, inadmisible para la mayoría, refugio de identidad para el fascismo nostálgico, nostalgia justificada para los terratenientes y, surrealista para algunos arribistas pequeño burgueses.

El tropicalismo oligárquico abraza con fervor que raya en el fanatismo la cultura del imperio (la libre empresa, el sueño americano,  Miami, el consumo prestigioso). Esgrime su desgastado concepto de libertad y democracia que puesto a prueba en las dos décadas pasadas, solo les dejo avergonzados ante la ciudadanía explotada. Abochornada o no, la subcultura arribista pequeña burguesa vuelve a soñar con su escalamiento social, cree y suma en la posibilidad de vivir mejor a costilla de otros y que lo mejor está por venir (posiblemente por decreto los declararán prósperos capitalistas, les darán acciones del banco de la tienda), los subirá a la rueda de la fortuna.

Su desesperado desquicio pide ayuda del norte, en los ideólogos del golpe suave, encuentra un renovado discurso que le llena de nuevos bríos. A la revolución hay que verla como un acto pecaminoso, como una patología social; sospechosa de autoritarismo e idolatría; al líder carismático como símbolo del mal, del demonio. La mezquindad pequeño burguesa en complicidad asiente. Y sin pudor moros y cristianos van a Washington a desvestirse.

La izquierda petrificante, dogmática agoniza; la supuesta vanguardia que quiso imponer nunca cuajó. En un país más mercantilista dependiente que productor, la clase siempre fue marginal y devino en forzar un discurso oportunista. Representó a la burocracia dorada, constituyendo una estructura gremialista corporativista, con visos fascistas. Su participación oportunista en la política electoral acabó en un tráfico del voto por cargos públicos, en alianzas y espacios comunes como el actual; sentada junta con la restauración conservadora en la mesa de la extrema derecha imperial.

Reinaldo Torres Jaramillo

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