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Cuando la ideología del mercado se impone al bien común

01 de abril de 2017 - 00:00

Es casi seguro que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, esté tarareando, con una piedrecita en la boca, la famosa canción popular de los Rolling Stones, ‘No siempre puedes conseguir lo que quieres’. La derrota es evidente. Es el tropiezo más grande en su temprana administración. El beneficio que prometió es ya una caricatura de mal gusto. Hoy, el partido republicano está fracturado y la aceptación pública del presidente está en caída. ¡La retórica se estrelló contra la realidad!

El no poder lograr, negociar y consensuar apoyo por esta ley, ejemplifica que en realidad, cuando se trata de hacer las cosas, en vez solo de hablar, fantasear, no es el deal-maker (el negociador), el hombre del arte de negociar. Prometía borrar y reemplazar el sistema público de salud, conocido como Obamacare para poner en su lugar su propuesta, también conocida como Trumpcare. Fue un puntal de su campaña en la cual aseguró que todos los americanos estarían mejor, más protegidos y con mucho menos costo.

Hoy, 24 millones de americanos estarán aliviados al saber que el Obamacare sigue siendo la ley vigente, incluso para los que votaron por el mismo Trump. No volverán al pasado oscuro del ‘sálvese quien pueda’.

Su alivio también será porque los deducibles de los seguros de salud no serán afectados. No hay duda, según expertos, la ley tiene que mejorar.

Pero sí da coraje que después de siete años de oposición, de ser tachada como un desastre y de que está por estallar, debido a que es inviable su creciente costo, este gobierno no pudo hacerlo mejor. A pesar de que vehementemente el presidente imputaba a Barack Obama de ser un administrador ineficaz, la credibilidad de Donald Trump no caló en la mente de los incrédulos. Lo ominoso de todo esto es que el presidente, intencionalmente hará, ahora sí, que Obamacare reviente. De esa manera, al costo del sufrimiento de otros, podrá decir que su propuesta fue mejor.

¿Qué pasó? Primero, ya se presagió el inevitable choque de su proyecto de ley cuando con desvergüenza declaró que “no sabía cuán complicado era el sistema de salud. Nadie sabía lo complicado que es”. ¡Qué epifanía! Es decir, el elefante se encontró, para su susto, en la tienda de cristal. Segundo, con punzante ironía, Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata de la Cámara de Representantes, le dio una certera clase de gestión política. Lo aleccionó que para gobernar, hay que preparar el terreno. Hay que saber dónde uno está. Hay que construir consenso y que es mucho más difícil que solo ordenar. Una vez adquirida la confianza del voto, hay que escoger el día propicio para deliberar. Lección al neófito en política: sin apoyo popular no se puede imponer.

No esperaban tal golpe. Al persistir con la pregunta al secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, que si había un plan alternativo para poder avanzar el proyecto de ley de la salud, la respuesta fue clara: no había otro plan. Solo había plan A y solo A. Es decir, estaban tan seguros de que los republicanos y la aceptación pública iban a estar de su lado.

Por otro lado, resulta muy raro que al estar a unos 150 kilómetros de Estados Unidos, Canadá tenga, como derecho, un sistema de salud pública, de cuidado y provisión universal, con gestión viable, a la mitad del costo. ¿Será que nuestra voluntad política no está empañada por los intereses económicos de la industria farmacéutica y de las aseguradoras?

Obviamente, el bien común se impone a la ideología del mercado. (O)

Luis Castillo

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