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La alquimia del vino

La alquimia del vino
03 de mayo de 2015 - 00:00 - María Cristina Jarrín

El vino no es solo una bebida per se, es un producto lleno de historia, tradición, particularidades y peculiaridades. Remontarse a la historia del vino, es tan fascinante como retornar a los inicios de nuestra humanidad. La vid tiene historia —en realidad hasta pre-historia—. Sobre los orígenes de la vid y los inicios de la vinicultura existen varias teorías, sin que por ello se haya podido precisar un lugar exacto como la cuna de la viña. Existen vestigios que la sitúan en Asia Central, región donde, al parecer, la variedad Vitis vinifera —género apto para la elaboración del vino— empezó a dar sus primeros frutos.

Asimismo, sobre la transformación de la vid en vino hay otras tantas historias y leyendas. De la mayoría de ellas se deduce que la fermentación de la uva se efectuó primero de forma natural —incluso accidental—, pero cuando el hombre descubrió el mágico efecto que la ingesta de ese néctar le producía, se interesó por el cultivo de los viñedos y emprendió el desarrollo de las técnicas para la elaboración de la bebida. Los egipcios ya dominaron la siembra de la vid y algunos secretos de la elaboración del vino.

Los romanos, perfeccionaron ambas técnicas y las difundieron con sus conquistas.

Al arribar a tierras galas, la vid se desarrolla con grandiosidad y el vino empieza a expresar delicadeza y elegancia. Por ello, Francia le da al vino prestigio para la posteridad. España se encarga de su propagación en América, que lo adopta con beneplácito e incluso, más tarde, le devolverá el favor a Europa, reenviándole pies de viña nacidos en el Nuevo Mundo, “clones criollos”, para repoblar sus viñedos devastados por la filoxera.

Bebida mítica, apreciada por reyes, el vino transmite cultura, une, hermana, convoca y celebra. No hay recetas ni fórmulas mágicas para disfrutar del vino, pero el placer que puede proporcionarnos debe valorarse con detenimiento.

El vino se degusta con todos los sentidos. Esa es su verdadera alquimia.

Desde luego, existen algunas reglas básicas para ‘apreciar mejor’ un vino. Fijarnos en el color, los aromas y sabores que nos ofrece, nos dan signos inequívocos de su nobleza. Observándolo, el vino habla de las cualidades de la tierra que lo acunó y del sol que lo cobijó.

El color de su vestido devela su edad, su evolución, su limpidez y su densidad. Para descubrir sus aromas más íntimos es imprescindible, hacer girar el vino en la copa.

De esta forma se evaporan algunos de los compuestos volátiles y podemos aspirar con intensidad para sentir esas otras fragancias que dan fe de su cepa.

Finalmente, el clímax del ritual, el momento de llevarse el vino a la boca, solicita toda nuestra concentración. Saborearlo a pequeños sorbos, considerando las impresiones que su cuerpo líquido impregna en la lengua y el paladar.

Este ejercicio invita a entregarnos a las sensaciones placenteras que debe reflejar el buen cuidado que le ha dado el viñatero desde la cuna y, el paciente trabajo que le dedicó el enólogo durante su crianza.

Pese a su milenaria historia, el vino no ha perdido vigencia y siempre ha sabido adaptarse al tenor de los tiempos. Dejó de ser símbolo de grandes acontecimientos familiares para transformarse en componente indisoluble de la restauración, la hotelería, en definitiva, de la oferta turístico-gastronómica que brinda un país. Es por ello que el vino se ha convertido, poco a poco, en un elemento indisociable de los momentos de deleite y las modernas formas de vivir y relacionarnos, cuando es consumido con moderación.

Si bien la historia del vino en el Ecuador, a pesar de tener unos cuantos siglos, no es muy conocida, pues desde sus inicios ha tenido un azaroso destino, no hay duda de que el vino sigue batallando para ganarse un sitio como producto cargado de historia y cultura.

También ha tenido que ‘luchar’ para ser considerado como complemento de la comida e incluso por las propiedades saludables, reconstituyentes y antioxidantes, que ejerce sobre el organismo humano.

Como se ha dicho, su consumo primordialmente está relacionado al disfrute de la buena mesa, lo que no significa precisamente conjugarlo con comidas extravagantes u opulentas, sino al gusto y al placer de acompañar incluso los platos más sencillos, tradicionales y caseros.

Es la única bebida que complementa y potencia los sabores de cualquier estilo de cocina —no en vano se habla del perfecto matrimonio de la comida con el vino—.

Por eso, como bien dice un refrán popular: ‘el vino no se bebe solo ni a solas’.

Para disfrutar del vino, es fundamental beberlo a la temperatura adecuada. Los tintos hay que servirlos entre 17 °C y 18 °C.

EN LA COPA

El vino espumoso más caro del mundo es Perrier Jouet cuyo valor es de mil euros.

Italia lidera el ranking mundial con una producción de vino de 45 millones de hectolitros (hl).

China es el octavo productor vitivinícola del mundo, aunque cueste creerlo.

Los chinos beben más de 1.600 millones de botellas de vino anuales.

España integra la lista de los 20 países con el mayor consumo de esta bebida

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