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El danzante autóctono lucha por no perder su identidad

La decoración del traje del tushug es pesada y llena de color. Su principal atractivo es el cabezal que tiene un armazón de carrizo.
La decoración del traje del tushug es pesada y llena de color. Su principal atractivo es el cabezal que tiene un armazón de carrizo.
05 de julio de 2015 - 00:00 - Silvia Osorio

El sonido de las bandas de pueblo interpretando ritmos autóctonos anuncia la llegada del imponente danzante que, con su traje multicolor cargado de simbolismos, es portador de un legado eterno que revive anualmente la tradición de bailar para el sol y la lluvia en acción de gracias por los alimentos recibidos.

Durante el ritual, que se realiza en junio, los pujilenses abarrotan las estrechas y coloniales calles de su ciudad para aplaudir el paso del ‘Sacerdote de la lluvia’ que se esfuerza por conservar el legado de su vestimenta y baile.

Este es un festejo familiar en el que se presentan comparsas de comunidades rurales como Alpamalag de Acurio, Juigua Yacubamba, Capilla Pungo y Jachaguango. De ahí proviene originalmente este personaje ancestral.

El danzante autóctono se caracteriza por cubrir su rostro con una máscara, lo que le otorga un anonimato mítico, “no importa quién está detrás, lo importante es que representa la fe de nuestro pueblo”, comentó Segundo Caiza, de 72 años.

El traje conserva las monedas y espejos que durante la época de la conquista entregaban los españoles a los indígenas a cambio del oro que adornaba sus vestiduras originalmente.

Además llevan un cabezal tallado en madera y adornado con colores vivos que simbolizan la alegría de la fiesta, en cuya parte superior se mueven libremente, como si tuvieran vida, plumas de aves endémicas. El cabezal mide 60 centímetros de largo y 50 de ancho, y pesa hasta 60 libras. Danzar con el pesado traje es una proeza.

En las comunidades aquellos que representan a este personaje se llevan el respeto y admiración de los miembros de la comuna.

Las acompañantes son la ‘Mama danzante’ que carga en su shigra (bolsos tejidos) panela y azúcar para ofrecerlas al danzante y con ellas darle fuerza durante el recorrido de 2 kilómetros.

Juan Albán, jefe de Cultura del GAD Municipal de Pujilí, explicó que estas compañeras cumplen además la función de guías y de ayuda de las vestimentas.

La preparación para la presentación es todo un ritual. “Es un preparativo similar a un matrimonio en términos ancestrales porque es de aquí para la vida, pues esto constituye un aporte para las futuras generaciones y para el mundo debido a que nos permite irradiar nuestras costumbres a todas las culturas”, comenta Albán.

Tanto a la ‘Mama danzante’ como al danzante los guía un pintoresco personaje denominado ‘Alcalde’, que está encargado de abrirle paso a la comparsa. Para escogerlo dentro de la comunidad se postula a quienes destacan por su resistencia física y poseen buenos conocimientos de la tradición.

Julián Tucumbi cumplió este año con ese papel. Guió a los danzantes de su grupo Los Tucumbi que llevan el folclor del ‘Emporio Musical’ como se conoce cariñosamente a Pujilí.

Para Julián el peso de los años es únicamente un aparataje mental, pues posee la virtud de un quinceañero para dirigir. “El danzante autóctono es una realidad del Ecuador andino, un orgullo”, comentó Gustavo Segovia, tamborero que lleva 30 años entonando este instrumento. El tamborero se encarga de evocar melodías con el bombo y el pingullo, instrumentos que datan de la época incásica.

Segovia es un amante de la cultura de su pueblo, ve al pingullo como un objeto que emula el sonido del viento, y al tambor como un incitador del ritmo, pues cada golpe ayuda al danzante a establecer el paso. Es una sincronía seductora que se complementa con el sonido de los 12 cascabeles que lleva pendiendo de las piernas.

El danzante no baila para su diversión o la del público: sus danzas son una expresión cultural. Así interactúan con el entorno.

DATOS

Corpus Christi, una fiesta tradicional

Esta celebración coincide con la fecha en que las culturas indígenas celebraban el solsticio de verano. El personaje central es el tushug, que en español quiere decir “sacerdote de la lluvia”, también conocido como el danzante. Según la historia contada por sus pobladores, los danzantes fueron prisioneros que bailaban a pedido del monarca; otros aseguran que eran caciques de la comarca que rendían culto a los dioses en agradecimiento por la cosecha y la productividad.

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