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El Telégrafo
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Crónica a pie

Los estibadores son los protagonistas en el puerto

Los estibadores son los protagonistas en el puerto
Foto: Miguel Castro / El Telégrafo
21 de septiembre de 2016 - 00:00 - Johnny Alvarado. Periodista

Desde el intercambiador de tránsito que conecta la vía Perimetral con la avenida 25 de Julio se puede observar el ambiente portuario que existe en el sur extremo de Guayaquil. A la altura de las Esclusas y de la Base Naval Sur se atisba a ambos lados de la vía decenas de tráileres y cabezales aparcados, esperando su turno para ingresar al Puerto. Algunos conductores colocan sus hamacas debajo de la plataforma y descansan; otros choferes con vehículos más modernos esperan en las cabinas con el aire acondicionado prendido.

Cerca de la entrada hay locales improvisados de comida. Aguado de gallina a $ 1; llapingachos a $ 2; bolones y bollos a $ 1,50; pasteles y corviches a solo 50 centavos. Pero el local que más llama la atención es el de José Perea, un comerciante manabita que se protege del sol con una sombrilla. Él negocia candados con GPS para los contenedores. Los vende o los alquila, según las necesidades de los clientes. “Son para rastrear cuando hay un robo”, dice.

Además existen sitios estratégicos debajo de árboles que sirven para descansar luego de una jornada nocturna de trabajo.

Ya en el interior un parlante instalado en la entrada de su negocio es suficiente para llamar la atención de los transeúntes. La canción de Gilberto Santa Rosa no da tregua. “Déjala que siga yo la agarro bajando, yo la agarro bajando”. La bulla pone un poco de ritmo en el local de mariscos de Maritza Muentes, más conocida en el puerto como ‘La Madrina’. Ahí se preparan suculentos ceviches marineros y otras delicias del mar, así como almuerzos  populares. Sopa de legumbres acompañada de estofado de carne a solo $ 2,25, es el menú del día.

Apenas son las 08:00 y el lugar está lleno de comerciantes, de trabajadores de navieras, de choferes de tráileres, de personal de las más de ocho agencias bancarias que funcionan en el lugar. Pero, sin duda, los principales protagonistas son los estibadores portuarios. Nadie sabe cuántos son, pero Pedro Espinales, quien es jefe de cuadrilla, dice que son alrededor de 1.200. Son los que en realidad le dan vida al sitio. El puerto es como una minibahía. Ahí se encuentra ropa, perfumes, herramientas, celulares y hasta zapatos de marca.

Según Mario Pescarolo, estibador que habita en la cooperativa Pancho Jácome, en el noroeste de la ciudad y que trabaja ahí hace ocho años, los comerciantes del puerto son los mismos de la Bahía. “La gente cree que porque es sector portuario es más barato, pero no. Algunos ‘lanzas’, así llama Pescarolo a quienes venden artículos de dudosa procedencia, “dicen al cliente que tienen ropa o celulares baratos porque los sacaron de un contenedor que recién salió, pero eso es falso. Los precios son los mismos”. Los estibadores que no tienen embarque en el día o aquellos que se amanecieron cargando se dedican a jugar naipe. Cada partida ganada puede representar hasta $ 10 de ganancia para el más sagaz y osado con las barajas.

José Luis Burgos, de 38 años, cuenta que el juego de azar mantiene cautivos a los estibadores por horas. “Muchas veces esperamos embarques y, hasta que nos llame el jefe de cuadrilla, matamos el tiempo aquí”.

En la mesa hay más de $ 10 en monedas de $ 1. Nadie las toca, pero todos miran el rumo. Se ven a los ojos, se hacen señas y lanzan la baraja. Peter Quiñónez, de 48, frunce su rostro, parece que no le va bien. Pero permanece callado, mientras sus compañeros estudian cada jugada. Luis Corral, otro estibador que también es de la partida, fuma su cigarrillo. No despega la mirada de sus cartas y mira con ojos burlones al resto. “Tenga esto es para ustedes”. Saca el as de corazón negro y se levanta el monto total: $ 12.

Quiñónez golpea la mesa y se levanta. Camina unos metros, toma agua y regresa. “Vamos a la revancha” y todos vuelven al ruedo. Aquí juega mucho la suerte.

Pero el naipe no es el único juego de azar que se practica en el puerto. El más común es el de la raya. Una línea en el asfalto con tres jugadores que lanzan una moneda de 25 centavos y seis metros de distancia; el que caiga más cerca gana 50 centavos.

Según Espinales, su cuadrilla es de 100 personas. “Son gente pobre que vende su fuerza de trabajo. Una noche de carga pueden ganar hasta $ 25. Pero algunos días no hay embarque, pero igual se quedan jugando o descansando. Es una forma de vivir”.

La hora del almuerzo llega y los locales de venta de comida ofertan sus menús. Aquí los que tienen dinero comen a la carta, quienes tienen poco, un almuerzo barato; y los que solo cuentan con una moneda se conforman con un corviche o un pastelito de Juanito Macías. Su triciclo es el que más clientes aglutina. (I)

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