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El Telégrafo
Pablo Salgado Jácome

¿Y el debate? Penoso y decepcionante

27 de enero de 2017 - 00:00

Penoso el debate. Debe ser el peor de cuantos se han dado desde el retorno a la democracia. Penoso el nivel mostrado por los siete candidatos. Demagogia pura y desesperación en la pugna por el segundo lugar.  Un debate que decepciona, aunque no sorprende. Un debate aburrido y con respuestas preparadas que no convencen ni entusiasman.

El ‘debate’ fue estructurado en función de los intereses particulares de la Cámara de Comercio de Guayaquil. Intereses que se reflejaron precisamente en el temario impuesto a los candidatos, y en el que temas como educación, cultura, sociedad o interés nacional no importan. Solo interesa obtener declaraciones de los candidatos que les beneficie y les sirva, para cuando sean gobierno, recuperar su capacidad para ejercer presión. Si no, basta ver los temas y el enfoque que plantea la Cámara a los candidatos: mercado laboral, reglas macroeconómicas, política tributaria. Y para complementar, seguridad, corrupción y libertad de expresión. Es decir, coincidentemente, los temas con los cuales la derecha económica -la Cámara- ha atacado al Gobierno -y a la candidatura de Lenín Moreno- reiteradamente. Por tanto, hizo bien el candidato Moreno en excusarse y no caer en la emboscada.

Y un pequeño detalle, el presidente de la Cámara, Pablo Arosemena, es el asesor económico de la campaña de Guillermo Lasso.

En verdad no hubo tal ‘debate’, sino una cadena de monólogos acartonados y aprendidos de memoria, incluidos los ataques premeditados de Cynthia Viteri a Guillermo Lasso, pues se trataba de aprovechar ese espacio para descontar los puntos que le separan del segundo lugar. Sobre todo a partir de la estancada de Lasso, producto del escándalo Odebrecht que involucra a su aliado SUMA, los asesores de Mauricio Rodas, sus candidatos a asambleístas, y las denuncias constantes contra su binomio Andrés Páez. Cynthia Viteri, tan entrenada y vestida para la ocasión, es decir, estrenando vestido rojo para intentar parecerse a los afiches de campaña y evitar que le salpiquen las denuncias de Odebrecht y los contratos de su mentor Jaime Nebot con el cuñado Leonardo Bohrer. Y Lasso, sin perder la compostura de banquero y advirtiendo a su contrincante: “No le voy a atacar ni me voy a defender”.  

Las respuestas de los candidatos fueron populistas y demagógicas; desde cortar las manos a los corruptos e imponer la pena de muerte -extrañamente del candidato más joven- hasta armar a los padres de familia. Un Bucaram afónico que no se cansaba de repetir “Dalo por hecho” cada vez que intervenía con esa pose moralista de predicador evangélico. Era una oportunidad para que el general Moncayo pudiera marcar alguna diferencia, pero no. Por el contrario,  y como bien se ha dicho en redes: “Pusilánime, mostrando su mejor rostro de chochez política”. El candidato Zuquilanda, fuera de tono y descompuesto. Y Pesántez, tan almidonado... Además, una gran cantidad de fallos de producción y técnicos: un sonido desastroso y como moderadora una periodista que intentaba a cada momento acallar al público cada vez que aplaudía; si querían total silencio, ¿para qué invitaron a espectadores? Así, siguen ausentes en esta campaña electoral -apática, aburrida y poco creativa- las propuestas serias y fundamentadas y solo perviven los ataques al Gobierno y, obviamente, al candidato que lidera las intenciones de voto.

Si de estos debates se trata, ¿hacen falta otros? Obviamente, no. Lo que falta son diálogos constructivos, pensando en el interés de las mayorías y no de los grupos de poder de siempre que solo buscan recuperar su espacio perdido. Se trata de construir, no de destruir. Se trata de avanzar, no de retroceder. (O)

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