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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Una cívica para la comunicación

04 de mayo de 2017 - 00:00

Estamos atravesando un profundo cambio civilizatorio caracterizado por una revolución en las formas de comunicación interhumanas. McLuhan, uno de los primeros teóricos de la comunicación de masas, afirmó que el medio es el mensaje y, por lo tanto, la mediación de la tecnología pone límites a la voluntad y capacidad humana para expresar sus ideas.

En el siglo XX se comenzó a hablar del ‘cuarto poder’, sistema basado en el control de la tecnología de trasmisión unidireccional, que derivaba en la capacidad de ejercer censura permanente. De esa forma, los medios y los mensajes dirigidos a la sociedad de masas se convirtieron en un monopolio que competía con otros poderosos canales de transferencia de ideas, como la educación. El rol de los medios era el de la construcción de la ‘verdad’ irrefutable y canonizada, e impulsaron la cultura de la dependencia y el consumismo, por medio de la publicidad y la manipulación del deseo.

Los medios de comunicación privados continúan cumpliendo con su rol, pero actualmente están cambiando los tres componentes esenciales: el medio, el mensaje y la interacción entre emisor-perceptor-emisor. Ahora, una de las herramientas generalizadas para la comunicación, dígase un celular, está al alcance de muchos, quienes pueden convertirse en productores de mensajes y aparentemente disputar el monopolio de la verdad. Asimismo, pueden interactuar, responder, opinar y discutir. Sin embargo, siguen sometidos a aquello que McLuhan enunció acerca del condicionamiento de la tecnología. Una persona puede ser dueña de su red social, pero sus opciones tecnológicas establecen el límite de palabras y de la semántica, lo que de algún modo incide en el contenido y establece las coordenadas dentro de las cuales se construye la idea que se quiere comunicar.

Al derrumbarse aparentemente el monopolio de la ‘verdad’, se instaura el régimen de la opinión sin referentes verificables y se instituye una especie de guerra de mensajes, que por otra parte, ya no tienen la intención de la comunicación de ideas, sino el uso de contenidos como armas, más en la lógica de la fuerza, que en el de la racionalidad.

Los mensajes se vuelven así, en parte, fusiles aptos para destruir al ‘Otro’; en otro caso, canales para disparar verbos que reflejan estados de ánimo, estados de aburrimiento e irritación. Es notorio que actualmente, exacerbado el individualismo, crece la demanda del reconocimiento, lo cual quizás tiene que ver con un mundo donde desaparecen los espacios reales de relación interhumana, antes traspasados por la mirada directa, la resonancia de la voz, incluso por acciones que producen impactos, psicosensoriales, como el abrazo.

Si están cambiando las condiciones subjetivas y reales para la interacción interhumana, ahora absolutamente mediatizadas, parece necesario, incluso urgente, que se implemente una especie de alfabetización para la neocomunicación, que establezca las reglas de juego y la ética, impida el rompimiento del tejido social y el sometimiento humano a la tecnología, poniéndola en su lugar, en el sitio de lo que es: un objeto que debe ser absolutamente controlado y operado en medio de una ontología de la comunicación.

Nos preguntamos: ¿Qué están haciendo las facultades de comunicación social? Acaso promueven lo contrario: la veneración del medio y las tecnologías (TIC), que han sido diseñadas por un pensamiento instrumentalista, impidiendo la reflexión crítica. Urgente, Martín Barbero. (O)

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