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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Un pavo real desteñido

08 de mayo de 2017 - 00:00

Una cantaleta apabulla la capacidad de reflexión de muchos políticos: el país está polarizado. Lo decían antes de las elecciones y lo repiten luego de los resultados de la segunda vuelta. Es bueno descomponer este embuste porque proviene de una manera de concebir y desentrañar las subjetividades políticas.

La historia explica la mínima tradición de partidos orgánicos en Ecuador. Partidos que fueron creados más por las conveniencias de ciertos grupos de poder -en las principales ciudades- que por ejes ideológicos explícitos. Así, después de la crisis de la partidocracia a fines del siglo XX, del surgimiento de diversos movimientos sociales, ciudadanos, gremiales, y otros grupos en cada provincia -para reclamar temas específicos- asistimos al despliegue de las plumas de un gran pavo real de intereses distintos -y a veces contrapuestos- que no hallaron en las estructuras de los pocos partidos que existen, un puente para pelear sus apetencias.

El evidente declive de la derecha y la degradante postura de las izquierdas en el reciente proceso electoral solo reflejan que el barniz de la política está adherido, aún, en la derecha, a vistosos juegos de mercadeo político y, en las izquierdas, a una retórica tediosa que la aleja del pueblo. Mientras, vivimos tiempos en que la idea de movimiento político restringe el imperativo de lo orgánico y admite el eclecticismo idealista.

La supuesta polarización, entonces, se basa en que el 48% de los ecuatorianos votó por Guillermo Lasso y que tal cifra traduce un voto contra la Revolución Ciudadana y, en especial, contra Rafael Correa. Eso es falso. Primero, porque esa votación compacta múltiples y divergentes posturas y, segundo, porque si bien esta fue una elección que enfrentaba dos modelos para gobernar, también se sabe que el sufragio aquí, en general, no es estrictamente ideológico.

Así, la votación del banquero tiene -quizá- dos componentes: un voto duro que no pasa del 22% y un voto volátil (26%) que expresa desplantes híbridos factibles de analizar luego de una indagación rigurosa. Pero que podrían, a priori, deducirse como actitudes y odios singulares de sectores que perdieron su capacidad de presión frente al correísmo. Ergo, esta vez, intentaron elegir no a un mandatario sino a un enemigo para rehabilitar ese ritual de oposición que transa sus demandas vía lobby, paros y/o marchas y, en simultáneo, preserva el hábito de representar (asistidos por la rutina y no por la creatividad) el teatro de la intransigencia con el ‘sistema opresor’ actual. No de otro modo puede entenderse la frase de Carlos Pérez Guartambel cuando dijo que “era preferible un banquero a una dictadura”. Es decir, con Lasso se hubiera podido negociar… pero con la ‘dictadura correísta’ ha sido imposible un diálogo político sobre el esencialismo naturalista (de algunos opositores como él) y no sobre la realidad y su complejidad concreta. La misma ceguera sufrió la derecha lassista que, enredada en el sainete del fraude, le cedió a Nebot el mito de inventar el futuro.

¿Polarización? No. Ecuador es un pavo real de muchos colores; pero hoy muestra un plumaje bastante desteñido. (O)

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