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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Solo cenizas...

02 de noviembre de 2016 - 00:00

Ahora el Vaticano sale con la novedad de que sí se puede cremar a los difuntos, pero no se puede ir a esparcir las cenizas en cualquier parte, ni guardarlas en la casa ni dejarlas en ningún lugar que ellos no autoricen, o sea los osarios y columbarios oleados y sacramentados para el efecto.

Surgen algunas preguntas: ¿Qué? ¿Cómo dice que dijo? ¿Por qué? Al recorrer las notas de prensa respecto de esta disposición eclesiástica se encuentran las siguientes poderosísimas razones: “la conservación de las cenizas en un lugar sagrado ayuda a reducir el riesgo de apartar a los difuntos de la oración”… Entonces, ¿oran los difuntos?, ¿se apartan de la oración los familiares de los difuntos cremados cuyas cenizas han sido esparcidas en el mar, el campo o la montaña?, ¿no es lo mismo orar por un difunto enterrado que por un difunto cremado? Otra razón de peso: para evitar cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”. Ah, ya. Y hay una que es realmente conmovedora: “Los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un camposanto su resurrección”, una ‘perla’ de Gerhard Mueller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

No sé si a estas alturas del desarrollo del pensamiento humano alguien siga creyendo que el último día resucitará con su cuerpo original. Esa es una de las múltiples doctrinas que los miles de religiones que existen en el planeta Tierra han sostenido respecto de la vida después de la muerte. Sin embargo, de la observación científica y fenomenológica al uso, lo único que se ha descubierto es que el cuerpo humano se disgrega (o se debería disgregar) en el suelo y vuelve a ser materia disgregada que alimenta (o alimentaría, si le dejaran) otras formas de vida para así seguir contribuyendo al equilibrio de la naturaleza. La misma Biblia lo afirma con estremecedora sabiduría: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

Pero no. Nos empeñamos en conservar lo innecesario. Cuando la muerte nos arrebata a un ser querido, se trata precisamente de que su cuerpo ya no es funcional, y resulta de todo punto de vista absolutamente inútil conservar su envoltura física para objetivos que no sean el culto fanático y macabro de un cuerpo que ya no es lo que fue, y que, en circunstancias de salud mental y claridad intelectual, debería transformarse en otra cosa. Lo que nos acompañará durante un tiempo serán sus obras, su recuerdo, lo que de bueno y de malo haya dejado como legado para quienes lo amaron. El impacto que su vida tuvo en la vida de quienes lo rodearon. Solo eso.

Algunas personas dicen que si no somos católicos no tenemos por qué preocuparnos ante esta disposición. Y puede ser que sí. Pero molesta un poco esa tendencia de ciertos estamentos eclesiásticos a seguir ocupando lugares que tenían justificación en épocas de ignorancia y superstición. Y mientras estas cosas se tratan como si fueran asuntos de primordial importancia, en Alepo se sigue asesinando a niños… pero eso tal vez no sea tan importante como el peligro de que las creencias de los cada vez menos católicos se desvíen hacia supuestos “malos entendidos panteístas, naturalistas o nihilistas”. Terrible cosa es. (O)

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