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El Telégrafo
Pablo Salgado Jácome

¡Qué cinismo, Monseñor!

05 de mayo de 2017 - 00:00

Monseñor Eugenio Arellano: Leí su carta pública como presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y me sentí indignado. Y por eso le escribo. Me formé con los hermanitos cristianos, pues estudié en la escuela Hermano Miguel. Y luego, con los padres salesianos, estudié parte del colegio en el San Patricio, en Cumbayá. Y conozco las enseñanzas de Don Bosco, sobre todo aquellas que se refieren a trabajar siempre por los pobres y los  más necesitados, y no por los ricos y poderosos. Los salesianos me enseñaron a decir siempre la verdad y me inculcaron el amor al prójimo y ser solidario.

Pero ahí, en el colegio, también comprendí las diferencias entre esa enorme institución que es la Iglesia y el ser cristiano. Entendí que nada tiene que ver esa institución -la Conferencia Episcopal- con la fe, y menos con las necesidades de los creyentes; mientras la Conferencia defiende los intereses de los poderosos, los católicos deben confiar en Dios, en el cual creen, y en su inquebrantable fe, para seguir viviendo y seguir creyendo.

Desde esos días de adolescente empecé a desconfiar de esos hombres con sotanas púrpuras sedientos de poder, y que buscan estar y posar junto a los poderosos. La Iglesia convertida en el camino para también adquirir poder. Aquellos con sotanas impecables que ya no caminan junto a los necesitados de una palabra, una sola, para sanar, sino que aparecen siempre en sus limusinas cómodas y oscuras.  Por ello, me convertí en un librepensador. Y por eso quiero cada día ser un buen cristiano.

Y por ello también me sorprendió su carta, Monseñor. Aunque, para ser sincero, no debía sorprenderme. Si la Conferencia siempre ha ejercido una militancia política, no en el Dios de todos, sino en los partidos de la derecha más opresora. No debía sorprenderme, si me consta cómo en la campaña electoral convirtieron la Casa de Dios en templos paganos para la promoción de la candidatura del banquero; cómo utilizaron los púlpitos para propagar el odio y agitando banderitas tricolores.

Y a pesar de ello, se atreve, Monseñor, a decir que no hay libertad de expresión, que no puede expresar sus opiniones y que ojalá no exista ningún tipo de represalias. ¡Qué cinismo, Monseñor! Las represalias estarán en su duro corazón y en su conciencia. Y lo que es peor, usted sostiene que el gobierno saliente le dejó un mal sabor de boca porque ha favorecido, única y exclusivamente, al partido único.

El partido único de los pobres habrá querido decir, Monseñor. Y por eso mismo, como se habrá dado cuenta, los pobres del país votaron por el gobierno de la Revolución Ciudadana como un agradecimiento a la obra realizada. Y fueron los suyos, Monseñor, los ricos y poderosos, los que votaron por el banquero y en contra del actual Presidente. Y sí, creo que efectivamente le haría bien al país que un pluralismo sano comience y se fortalezca en la Conferencia Episcopal.     

Además, Monseñor, me permito tomarle la palabra. Y me sumo a su deseo para la promoción de “políticas públicas orientadas al respeto a la vida, a la familia, a la justicia social, a la solidaridad con los más pobres y al cuidado de la naturaleza”.

De ahí que estoy seguro, Monseñor, que usted y su cúpula estarán presentes en Pucahuaico, cuando junto a la tumba de monseñor Proaño -el cura de los indios, el Obispo de los Pobres- el nuevo presidente de todos los ecuatorianos, Lenín Moreno, jure su cargo y se comprometa, como buen católico, a trabajar para los más pobres de la patria. (O)

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