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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Parecerse al enemigo...

17 de octubre de 2016 - 00:00

En algunos espacios de lucha política, en los que se prefiere coherencia y ética personal por encima de cualquier otra excusa coyuntural, se dice que lo peor que le puede pasar a alguien es parecerse al enemigo, adoptar sus bajezas y sembrar dudas sobre el otro como si eso despejara su propio camino de titubeos. Eso también ha pasado con el periodismo y una ristra de funcionarios atrapados en el subjetivismo político y social, que bregan cada día por parecerse a los enemigos en la faceta más triste de la petulancia personal.

Políticos, periodistas y burócratas han ido construyendo atalayas, más o menos visibles, para enfrentar lo que ellos consideran el colmo de la desviación democrática: romper con los privilegios que muchos sectores tuvieron durante las décadas en que el Estado estuvo al servicio exclusivo de grupos y castas. La militancia espontánea en una moral movediza les permite asumir valores que la mayoría (supuestamente) han olvidado y que es necesario repetir hasta que, verbi gratia, el tirano desaparezca.

Esa lucha sería loable si quienes se asumen como puros y verdaderos adversarios de un gobierno como el de Rafael Correa, tuvieran como sustento no solo un comportamiento definido por el compromiso sino por la transparencia de las armas que usan para afrontar esa disputa. Pero no. Muchos de esos políticos, periodistas y subalternos de doble rasero y simulación ética apenas reproducen el discurso vacío de la ideología y su profundo desprecio por la realidad, es decir, por la asunción de la realidad política.

Y es en esta etapa final del periodo correísta cuando más asoman los renegados y oficiosos de esa horrible frase: “yo les dije”. ¿Desde cuándo optar por un proyecto político ha sido un oráculo de brujas o agoreros de la mala suerte? ¿Desde cuándo la convicción es un delito?

Tales renegados, a más de cierto periodismo virtual que se degrada y degrada sin fin, pretenden convertirse en la vanguardia política y mediática del país. ¡Por favor! El espectáculo que hoy estamos viendo a propósito de las candidaturas es la muestra fehaciente de que por ningún lado hay una vanguardia que simbolice un parteaguas en la vida nacional actual. ¿Lamentable que no la haya? Por supuesto que sí. ¡Pero eso no quiere decir que en una década no ha pasado nada en el Ecuador!

Es fácil para la oposición, por ejemplo, señalar que los movimientos sociales han sido amortiguados por el autoritarismo reinante y que su división interna es secuela automática de aquello. ¿Pero las declaraciones de algunos de sus dirigentes, implorando la generosidad de la derecha, no evidencia del devaneo ideológico que sufren esos sectores? La trampa de la culpa. La culpa siempre la tiene otro…

Tiempos como estos sacan las caretas, alteran emociones y definen posturas y tramas políticas. Parecerse al enemigo es lo más repudiable que hay cuando se quiere hacer política para dar continuidad a lo que se ha trabajado durante diez años. No nos equivoquemos más. Queda poco tiempo para que muchas caretas caigan. Las de afuera, pero sobre todo, las de adentro. (O)

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